El se llama Roberto Blades
Imposible separar a Roberto Blades de la imagen de su “hermanísimo” Rubén, pero esta magnífica crónica pone las cosas en su sitio.
Lo vi el mes pasado en el Crystal Ballroom de las Taino Towers, en el Spanish Harlem, con una de las orquestas de Johnny Dandy Rodríguez. El panameño, Roberto Blades, tiene 57 años y una voz lacerante. Mucho más flexible y menos aflautada que la de sus discos de juventud. Roberto canta con una sabrosura que acelera el pulso y desarraiga la nostalgia: en su voz el desamor no es sólo una fiesta, sino que parece una fortuna. Cantando Lágrimas me hizo sentir que mis fracasos de amor fueron dichosos.
Cuando Roberto empezó en la música tenía diecisiete años y quería ser futbolista, o piloto de aviones. Creía que escribir canciones y cantarlas le salía fácil, pero si actuaba con las orquestas locales de la ciudad en la que vivía —Miami— era sobretodo para pagarse pequeños gastos.
Hasta que un par de años después se convirtió en cantante de la Orquesta Inmensidad. Conoció a Johnny Pacheco y firmó un contrato con Fania. Escribió Ya no regreso contigo y la convirtió en un éxito que, sin proponérselo, impulsó la moda de esa rama tan desdeñada de la salsa —por blanda, azucarada y resbalosa— que se conoce, sobre todo, como salsa erótica, aunque no tenga nada de erótica ni sea tan cierto que siempre fue una bola empalagosa de cursilerías mal maquilladas sin valor. Hay que oír cómo Víctor Manuelle, Jerry Rivera o Lalo Rodríguez, por ejemplo, pudieron maquillar con buen gusto montones de frases de pésimo gusto. O hay que detenerse sin látigo degollador en la belleza simple de eso que, quizás orquestado de otras formas, dejaría de ser cursi.
Para Alegría, el segundo álbum de la Orquesta Inmensidad (1983), Roberto escribió y cantó su éxito más popular, que pregona: Lágrimas brotan de mis ojos, al leer tu carta de despedida… Un tema bailabilísimo —Lágrimas— que a pesar de arrancar con una obviedad —pues de dónde más van a brotar las lágrimas si no de los ojos— me parece, tiene mucho menos que ver con los vuelos entre sábanas blancas de Costa Brava que con alguna composición romántica de Tite Curet Alonso.
El romanticismo de voces aflautadas de la Orquesta Inmensidad hacía del desamor una fiesta trepidante que, aunque a veces incómoda —porque cómo va a bailar uno pegaito a la pareja en Lo siento mi amor algo que dice que hace tiempo que no siento ganas de hacerlo contigo…— siempre alegre, siempre intensa. Los arreglos, las moñas, los coros, eran pensados en función a la celebración y ese pensamiento musical no era de ligas menores: el pianista y arreglista panameño, líder de la orquesta, Raúl Gallimore, logró sofisticar con una inteligencia cáustica incluso las declaraciones más incómodas.
Pero de Raúl Gallimore se habla muy poco. Y a Roberto Blades, que tendrá que seguir cantando Lágrimas en donde sea y por el tiempo que viva, nadie le pregunta por su trabajo y relación con Gallimore. En cambio, suelen empezar las entrevistas que le hacen preguntándole por el hermano: ¿Ha sido difícil ser cantante y hermano de Rubén?, ¿por qué no ha grabado nada con Rubén?, como si lo que más importara de la vida del hermano menor fuera el hermano mayor.
Y Roberto suele contestar sin pudor. Ha dicho varias veces que fue difícil que todos esperaran que él superara a una leyenda y que también fue por eso que no pensó al comienzo en la música como algo serio. Sin acusar de nada al hermano ha dicho que no ha sido fácil completar un proyecto que una vez empezaron juntos. Y con mucha razón ha cuestionado a los que le preguntan que por qué, como Rubén, no escribió temas “sociales”, diciendo: ¿Y acaso el amor no es un tema social?
A Rubén Blades, en cambio, casi nadie le pregunta por Roberto. Y cuando se lo preguntan, responde con algún gesto evasivo. O responde, por ejemplo, que sí, que alguna vez empezó un proyecto con él —porque a su madre le hubiera gustado y no por otra cosa— pero que él es un hombre muy ocupado que no siempre termina lo que empieza.
Y no creo que realmente importe, para la música, que no hayan hecho discos juntos. Que se quieran o no. O que para Rubén su hermano no tenga lugar en su vida, como lo ha dejado claro y lo confirma —por su ausencia— en el documental de Abner Benaim, que salió el año pasado, y que se titula Yo no me llamo Rubén Blades: un testimonio narcisista que sólo puede ser medianamente aceptable porque viene de Rubén, que es poeta, que le sobran logros, que dice lo que dice congracia y gusto.
Rubén y Roberto son ramas opuestas de un mismo tronco. Si a Roberto le atribuyen los comienzos de la salsa “erótica”, a Rubén los de la salsa “consciente”. Si Rubén iba en contra de las modas, Roberto hacía parte de una. Y sin embargo, si se les escucha bien, sus voces no son tan distintas. Y con el tiempo cada vez se parecen más, como sus rostros. Es difícil ver a Roberto en un escenario y no pensar en Rubén. Pero esa imagen del hermano se evapora cuando Roberto canta su propio repertorio.
Sorprende lo que puede hacer Roberto con su voz. Y también me sorprendió —aunque luego supe que suele hacerlo— que terminara el concierto con un repertorio de éxitos de su hermano. No entiendo para qué lo hace, pero me quedó clarísimo que puede hacerlo como si fuera Rubén y que como a ningún otro imitador, a él le queda muy bien. Aunque cuando empezó la música de Pedro Navaja me sentí incómoda. Primero pensé que debía ser por eso que siempre le preguntan por Rubén. Pensé que era una jugada baja y efectista, pero dejé de pensar en cuanto Roberto soltó la primera frase. Es el efecto que producen los buenos cantantes: por lo menos por unos segundos te paran el pensamiento, te emboban. Y verlo bailando e interactuando con el público sólo acrecentaba la gracia de escucharlo.
Era como ver a un actor interpretando a otro actor y sin embargo, hubiera preferido lo mejor del repertorio de ese cantante al que yo había ido a escuchar. Lo de ese y no lo del otro.
Las risas y penas de la música de Roberto. Su Poquita fe con su tremenda voz.
Y así quedarme sólo con el recuerdo de la inmensidad de un cantante digno no tan famoso, y no con el de un virtuoso que sabe perfectamente imitar al artista famoso.
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Comentario
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Increíble, sí que se parece en todo ahora a Rubén. Parece que hace mucho tiempo que no graba nada nuevo