En el Copa, Copacabana
Un recuerdo cinematográfico y musical de un sitio mítico en las noches de jazz y salsa de Manhattan
El Copacabana no era el lugar más caliente en La Habana, como dice Barry Manilow en su archiconocida canción de 1978. En ese año el Copacabana Night Club estaba ubicado en la Décima Avenida con calle 60 en Nueva York y ni siquiera funcionaba como establecimiento nocturno. Estaba cerrado por culpa de los litigios que generó la muerte de su dueño, Jules Podell, cinco años antes. Ese fue el primero de los cierres del club apodado El Copa, simbolizado por el rostro de una chica ataviada a lo Carmen Miranda y realizada en 1940 por el artista Wesley Morje. La imagen de un club con una historia de película.
El Copacabana abrió sus puertas por primera vez con una decoración carioca el 10 de noviembre de 1940 bajo el nombre de Monte Proser’s Copacabana. Monte Proser, su creador, era en aquel tiempo uno de los reyes del negocio nocturno en Broadway, admirado y querido por todos, pero con un problema: su socio era Frank Costello, consiglieri del gran capo del crimen organizado, Lucky Luciano. Costello puso a un hombre de confianza suyo junto a Proser, y ese hombre era Jules Podell. Al cabo de un tiempo Monte Proser no aguantó la presión y se fue, y el nombre del club quedó sólo en Copacabana.
Pasó el tiempo y El Copa se convirtió en un sitio exclusivo, tan exclusivo y excluyente que no permitía la entrada a afroamericanos; al menos como público, porque en el escenario si que podían actuar. Gente del jazz como Sammy Davis Jr. (en gran medida porque era íntimo de Frank Sinatra) y gente del soul como Marvin Gaye, actuaron con regularidad allí. Incluso, algunos de esos directos fueron grabados y llegaron a ser número uno en la radio. ¿Ejemplos? The Supremes y Bobby Darin. Podell también impulsó la grabación de programas de radio y shows de televisión, y El Copa fue en los 50 y 60 lo que sería Studio 54 una década más tarde a nivel de glamour y estrellato.
Pero el precio a pagar era alto. El gángster Joe Gallo, conocido como “Crazy Joe” y miembro de la familia Colombo, instaló su centro de operaciones allí, hasta que fue asesinado en un ajuste de cuentas en 1972. Podell, por su parte, falleció en 1973 y el prestigio del club empezó la cuesta abajo.
Las riendas del club las tomó entonces Peter John Dorn, un inversionista de Nueva Jersey, quien se negó siempre a abandonar su ciudad natal y delegó la administración del club en manos de la emprendedora Glee Ballard, y quien a su vez se empeñó en mantener lo esencial: la música de baile. El Copacabana fue una discoteca al uso, un espacio sin mayor atractivo interior ni exterior, y cuyo efecto llamada parecía haber sido sepultado por el tiempo.
Pero cuando la canción Copacabana de Barry Manilow se convirtió en éxito en 1978 (número 8 en Billboard y Grammy a la mejor interpretación), el night club abrió de nuevo sus puertas y pareció volver a vivir como espacio global. Primero se utilizó como escenario para películas, llegándose a grabar secuencias de Racing Bull, Tootsie, Carlito’s Way y especialmente Goodfellas en un histórico plano-secuencia. Luego le tocó el turno a la salsa, pues las grandes estrellas del género encontraron allí su espacio ideal: Héctor Lavoe, Pete El Conde Rodríguez, Willie Colón, Eddie Palmieri, Ray Barretto o Willie Rosario, entre otros.
Pero hay que hacer un paréntesis para explicar lo de la canción. Manilow y su amigo y compositor Bruce Sussman se alojaron una vez en el hotel Copacabana de Rio de Janeiro, y ambos intentaron recordar si existía alguna canción con ese nombre (la había, en efecto, un samba popularizado por Xavier Cugat y reconvertido en mambo por José Curbelo, pero no lo recordaban). Lo cierto es que Manilow le encargó a Sussman una canción con ese nombre y ambientada en el club neoyorquino que ambos conocían. Sussman acudió a otro amigo, Jack Feldman, y entre ambos compusieron aquella canción que apareció en el álbum de Manilow, Even Now, de 1978, pero sin aludir a Nueva York ni a Río de Janeiro, sino a La Habana, pues el toque latino que le dieron “incitaba” a ello. De inmediato la historia de Lola y Rico, y la muerte de este, se volvieron leyenda musical.
Cuenta Roberto Gerónimo, editor de TV Magazine, que en 1992 la señora Ballard le dio la oportunidad a un promotor que quería hacer la noche latina los martes; entonces la administración decidió agregar los viernes y los sábados, y el Copacabana se volvió latino.
Pero volvieron los problemas, aparecieron los traficantes de droga al servicio de Chepe Santacruz, cabeza del Cartel de Cali en la Costa Este; comenzó una represión hacia la comunidad latina y Peter Dorn decidió zanjar el problema trasladando el club de sede. Se fue al Upper West Side, a la 57 con 12. Se fue al Upper West Side, a la 57 con 12. Nueve años después se volvió a trasladar, esta vez a la 34 con 11, porque el lote donde estaba ubicado fue vendido para construir unos edificios.
Rodeado de vías de tren, estaciones, túneles y gasolineras El Copa sobrevivió como pudo, muy alejado del glamour de sus años mozos. Ninguna estrella de Hollywood frecuentaba el local, pero los fines de semana siguieron siendo bailables. El hip hop y de nuevo la salsa salvaron el sitio de la debacle, y a ello contribuyeron magníficos DJs como Gary Domínguez y orquestas de renombre como El Gran Combo de Puerto Rico. Precisamente con la actuación de la llamada “Universidad de la Salsa” el club cerró sus puertas por última vez el 20 de enero de 2007 por culpa de la ampliación de la línea 7 del Subway.
En 2012 anunció una reapertura que hasta el momento parece ser definitiva, de la mano de un grupo de empresarios liderados por John Juliano y con un concierto de salsa a cargo de Willie Colón. Eso si, el nuevo espacio se encuentra en la Octava Avenida con 47, donde funcionó uno de sus principales competidores en los años 40: el China Doll. En esta nueva instalación el chef Alex García se encarga, por supuesto, de los fogones; Richard González está al frente de la orquesta de planta; Melanie Torres dirige las coreografías de las famosas bailarinas Copa Girls. Y el restaurador Spencer Rothschild se ha encargado de una decoración que ha revivido el viejo espíritu de Monte Proser con palmeras entre las mesas, largas barras en el bar y 125 clases de ron.
Tras la pandemia, sigue siendo reconocido como el sitio predilecto para fiestas latinas. Se sabe que los latinos siempre llegan en masa, así que hay espacio para 4.000 personas, aunque ya no son tiempos de merengue y salsa hasta el amanecer, sino de rap y latin hip-hop. Pero no sólo Rothschild revive los viejos tiempos. La película The Irishman volvió a recordar aquellos años de jazz y mafia, las actuaciones de comediantes como Don Rickles y la omnipresente figura de Joe Gallo en algunas de sus laureadas escenas.