Repica tú, timbalero
La salsa de ayer, el jazz latino de mañana. Una conversación en profundidad con uno de los grandes músicos de siempre: Ralph Irizarry.
La primera vez que vi a Ralph Irizarry tocando sus timbales fue una noche de verano de 2014, en Nueva York. Rubén Blades, Jimmy Bosch, Eddie Zervigón, Óscar Hernández y una treintena más de músicos le ofrecían un concierto en el desaparecido B.B. King de Manhattan para ayudarle a colectar dinero. Irizarry se estaba recuperando de un cáncer y seguía convaleciente, pero había decidido cerrar la noche en tarima con su orquesta de salsa, Son Café.
Lo que mejor recuerdo es que hizo un solo que logró convocar el silencio de una audiencia distraída. Llevaba por lo menos dos años sin tocar su instrumento en público y volvía a él con su acostumbrada precisión, su peculiar swing y justos silencios. Había empezado su andar por la música unas cuatro décadas atrás, en Puerto Rico, y en Nueva York había llegado a formar parte de las bandas de Ray Barretto, Rubén Blades, Celia Cruz, Larry Harlow y tantísimos más. Muchos jóvenes timbaleros tratan hoy de imitar su sonido, acaso su estilo. Creía haber tocado con un poco más de 20.000 músicos en toda su vida, pero lo que le causaba verdadero orgullo era el trabajo con Timbalaye, su propia orquesta de jazz latino. Le parecía, sin embargo, que a Timbalaye muy pocos pudieron comprenderla.
La tarde de otoño del 2015 en la que fui a entrevistarlo a su casa, en Queens, se sentía entusiasmado porque estaba a punto de lanzar un nuevo disco de Timbalaye: el del veinteavo aniversario, una especie de reencuentro y reconstrucción después de una pausa de doce años. Era un día caluroso y él sugirió que tomáramos Coca Cola y nos sentáramos a conversar en el patio delantero de la casa porque tenía la impresión de que “adentro todo estaba hecho un revuelto”. Hablaba veloz. Hablaba perfectamente el español pero por haber crecido en Nueva York se sentía más cómodo conversando en inglés. Usamos el spanglish. Le gustaba explicarme las cosas dibujando formas con los brazos en el aire.
No recuerdo haberlo visto muchas veces después de aquella tarde. Lo último que supe de él, antes de la noticia triste de su muerte, el pasado 5 de septiembre, fue que había vuelto a caer enfermo y estaba a punto de perder su casa. Padecía de miositis. Llevaba tres años sin tocar y había organizado una campaña virtual para recoger donaciones y recuperarse. ¿Dónde están mis supuestos 5.000 amigos de Facebook?, se preguntaba en su perfil de donaciones en Go Fund Me, sorprendido ante el número de donantes. ¿Qué decir? Hace poco aparecieron todos a publicar sus recuerdos y fotografías con él en las redes sociales. Nada extraño… Pero menos mal no tuvo que saberlo.
23 de septiembre de 2015, Queens, Nueva York.
Marcela Joya: Ralph, me alegra saber que Timbalaye vuelve con su álbum del 20º aniversario. Pero antes de hablar del regreso de Timbalaye vamos a devolvernos bien al principio. ¿Cómo y por qué los timbales?
Ralph Irizarry: Esta no es una de esas historias de músicos famosos que dicen, mira, yo empecé cuando tenía tres o cuatro años, como muchos chicos que tenían padres que estaban en el negocio de la música. Nadie en mi familia estaba en el negocio de la música, pero mi padre solía prestar dinero a la gente, así que recuerdo que cuando tenía unos ocho años mi padre prestó dinero a un tipo que era un drogadicto loco; 25 dólares o algo así. Pero el tipo no tenía dinero para devolvérselo así que le ofreció un juego de timbales a cambio del dinero que le debía. Mi padre pensó que era mejor conseguir algo que nada, así que los aceptó (risas).
De alguna manera, sabía que mis hermanos y yo siempre estábamos golpeando cosas, como la tapa del radiador o las ollas, así que nos dio los timbales. Tenían pieles de verdad, ¡probablemente de chivo! Eran preciosos, pero para nosotros eran un juguete. Así que hicimos un par de palos con perchas de ropa y tocamos los timbales. ¡Destruimos las pieles el primer día!! (risas). Siete años después, estábamos viviendo en Queens y un vecino vino con un conga mexicana, ya sabes, esos tambores mexicanos baratos que vienen con dos colores y son horribles, y el tipo dijo: “¿Eres latino, chico? ¿Sabes tocar las congas? Porque tengo de esas y estoy buscando a alguien para tocar”.
Entonces me acordé que cuando tenía unos trece años iba al parque y veía a estos tipos tocando la conga y los timbales, y me empezaba a hervir la sangre y me ponía nervioso y emocionado. Le dije al chico que había un set de timbales con el que solía jugar cuando era pequeño. Le pedí a mi madre los timbales y los encontramos exactamente en el mismo estado en que los habíamos dejado. Así que compré pieles de plástico (las que se usan hoy en día) y me uní a mi vecino. Recuerdo que una vez le di al timbal, fue como un amor a primera vista, sentí algo que nunca había sentido. Toda mi piel lo sintió. Me estremecí. Dos días después fui a la tienda de música de Manny’s en la calle 48 y compré timbales nuevos, baquetas, todo… y no he parado desde entonces… de eso hace 45 años.
MJ: Pero no empezaste tu recorrido musical en Nueva York, ¿verdad? Tengo entendido que te mudaste a Puerto Rico durante unos años, y actuaste con bandas como La Terrífica.
RI: Tuve algunos conciertos en Nueva York antes de ir a La Isla, nada del otro mundo. En 1971 mis padres volvieron a Puerto Rico. Nunca había estado allí, así que estaba emocionado. Tuve la oportunidad de tocar con grandes bandas como La Terrífica, La Orquesta Mundo, y con Enrique Guzmán. Pero me encontré con un problema en Puerto Rico, y es que soy nuyorican. A principios de los años 70 había un gran prejuicio sobre la gente que venía de Nueva York, quizás porque los neoyorquinos que iban a La Isla se creían mejores que los puertorriqueños. Así que terminé regresándome a Nueva York porque no podía soportarlo más.
MJ: Has dicho que creciste mucho tocando con Ray Barretto. Además, participaste en el increíble álbum, Ricanstruction (1979) ¿Cómo sucedió eso?
RI: Estaba tocando en el Corso (un famoso local de Manhattan, situado en su día en la calle 86) cuando el gerente (Tony Raimone) se me acercó y me dijo: “Ray Barretto está montando una nueva orquesta y está buscando músicos. Le he dicho que venga a verte tocar”. Era un domingo por la noche, y había una tormenta, algo así como veinticinco centímetros de nieve en el suelo y hacía un frío de los mil demonios. Así que no creí que Ray fuera a aparecer.
Durante el primer set estaba tan nervioso que no pude tocar. Desde la tarima se podía ver la entrada, así que saber que Barretto podría verme arruinó mi noche. Lo único que podía hacer era mirar a la puerta para ver si venía Barretto. Estaba hecho un lío pero, afortunadamente, el local estaba vacío. Hay que estar loco para salir en una noche así. Así que, después del segundo set me dije: “Bien, no va a venir”.
Para el tercer set me relajé y por fin pude tocar porque dejé de concentrarme en la puerta. Hice un solo en la última melodía (estaba tocando con la charanga Novedades) y no estaba nervioso porque no estaba esperando a Barretto, pero después de terminar el solo, miré a la puerta, y vi a este hombre grandote, sacudiendo la nieve de su abrigo y limpiando sus gafas… ¡Oh, my God, mi corazón dio un vuelco! Ray Barretto estaba allí, y llegó justo a tiempo para escuchar mi solo.
Casi me muero. No exagero. Se acercó a mí y me dijo: “Buen solo, chico, fue un buen solo. Ven, vamos a hablar”. Dijo que estaba armando una banda y me preguntó si quería unirme. Dios mío, no me lo podía creer. ¡El mismísimo Barretto! Por supuesto que le dije que sí y me dijo que me llamaría. Era el invierno del 76.
Pero entonces esperé un mes, dos meses, tres meses, y nada. Me convencí de que nunca llamaría. Un día estoy barriendo el suelo y suena el teléfono. Cojo el teléfono y me dice: “Hola, soy Ray…” No podía creerlo y las piernas me temblaron y el teléfono se me cayó de la mano. Estaba en shock. Dije: “¿Ray, eres realmente tú?” Y me dijo: “¿Quién más? Sí, te dije que te iba a llamar. Voy a empezar a ensayar en dos semanas, antes no había nada que hablar, por eso te llamo ahora”.
Y ese ensayo era para aprender la música de ¡Ricanstruction!
MJ: Antes de conocer a Ray ya eras un gran fan, ¿pero dirías que conocías bien su música?
RI: ¿Qué si qué? Antes de empezar a tocar los timbales, Orestes Vilató era mi timbalero favorito, y seguía a la banda de Ray Barretto como un perrito. Ni siquiera era músico ni nada, pero tengo un disco que me firmó cuando era fan. Así que para mí pasar de ser un fan a estar en la banda de Ray fue un sueño hecho realidad.
MJ: ¿Cómo evolucionó ese sueño? Hablemos de tu relación con Barretto.
RI: Todo fue genial. Era un tipo tímido. No hablaba mucho, pero era un hombre sabio. Aprendí mucho con Ray, sobre todo a contenerme. Tocar y ensayar con él era como ir a la escuela. Y me encanta el hecho de que siempre diera una oportunidad a los músicos jóvenes. A veces tenía sus momentos difíciles, cómo decirlo, se volvía otra persona, con una especie de ataques de histeria. Te gritaba y te decía que no servías para músico. Pero creo que todos aprendimos que era una cosa de momento, que no era lo que realmente pensaba de ti.
MJ: Dejaste la banda de Barretto para ser miembro fundador de Seis del Solar. ¿Cómo se tomó Barretto la noticia?
RI: Fue duro. Tuve que dejar a Ray para ir con Blades, en 1983. Nos íbamos todos a Boston, y Óscar Hernández también estaba a punto de dejar la banda para irse con Blades. Así que cuando íbamos a Boston, Óscar se lo comunicó, y Ray dijo: “Joder, odio que te vayas, pero lo entiendo, tienes que hacer lo que te toca, hombre”. Y entonces, en nuestro camino de vuelta a Nueva York, soy yo. Ray solía sentarse en la parte delantera del autobús, así que fui allí lentamente, como un niño pequeño, y dije: “Ray tengo que hablar contigo. Voy a dejar la banda”. Hubo un silencio y el dijo: ¿Qué quieres decir con que dejas la banda?, Y yo dije: “Sí, me voy con Rubén Blades”. Dios mío, se desató el infierno… “¡Qué carajo, por qué Rubén Blades tiene que llevarse a mis músicos, qué carajo!”. Se encabronó, empezó a gritar, se puso histérico, se volvió loco (risas).
MJ: Barretto no tenía demasiado trabajo en ese momento, ¿verdad?
RI: Sí. Yo sabía que el mundo de la salsa era el mundo de los cantantes… Y Ray solía decirnos que la razón por la que él no tenía las oportunidades que tenían Cheo Feliciano, Rubén Blades, Ismael Miranda y muchos otros cantantes era porque él no era cantante. Los cantantes eran y habían sido siempre los que llamaban la atención de la gente y marcaban el mercado. Así que sabía que Rubén Blades se había separado de Willie Colón y que estaban de gira por todo el mundo. Eran uno de los temas de moda en la música latina. Sabía que la banda de Rubén iba a ser grande y que yo iba a estar en otro nivel. Además, Blades estaba formando un sexteto, e iba a ser más fácil viajar. Blades era un fan del Sexteto de Joe Cuba. Sabía lo que estaba haciendo. Ray Barreto viajaba con doce personas. Blades iba a viajar con seis, así que iba a haber más oportunidades de viajar y trabajar, etc.
MJ: ¿Y cómo conociste a Rubén Blades?
RI: Tengo una anécdota curiosa al respecto. En 1983, Rubén estaba empezando una banda y el percusionista Eddie Montalvo me recomendó. Rubén no quería empezar una banda de la manera convencional. Quería tener una serie de reuniones primero; quería hablar con los músicos, y quería preguntar a los músicos cómo haríamos la banda, cómo la construiríamos juntos. Le importaba la opinión de los músicos. Así que tuvimos una reunión en la que nos preguntó si queríamos llevar uniformes y cuánto dinero pensábamos ganar. No quería un representante.
La primera reunión fue en su apartamento, en la calle 81 y Columbus Circle, cerca de Central Park. Programó la reunión alrededor del mediodía. Cuando llegamos, no estaba en casa, pero el portero nos dejó entrar. Todo el mundo entró en el living menos yo. Empecé a sentirme un poco nervioso y curioso, así que fui a la cocina y abrí la nevera, donde encontré un paquete de seis Coca Colas. Pensé que eran para los músicos, así que me serví una Coca Cola. Había una enorme bolsa de patatas fritas sobre la mesa, así que la cogí. Luego vi una pequeña puerta en la cocina, que llevaba al dormitorio de Rubén. Así que entré en su dormitorio con mi Coca Cola y mis patatas fritas, y había un control remoto sobre la cama. No pasaba nada y me sentía estresado, así que pensé que estaba bien encender la televisión. Justo cuando me estaba poniendo cómodo, Rubén entró por la puerta y me vio en su cama con el control del televisor en las manos. Me miró con los ojos muy abiertos, se golpeó la cabeza y cerró la puerta. Luego se fue al salón y le oí decir: “¿Quién es el pendejo aquel que está sentado en mi cama, bebiéndose mi coca y comiendo mis patatas fritas?”. Y Eddie Montalvo dijo: Ese es tu nuevo timbalero, Rubén.
MJ: ¿Cuál crees que fue el disco más especial que hiciste con Seis del Solar y por qué?
RI: Bueno, Buscando América empezó todo para nosotros. Los temas de las canciones no eran como “Hey ven a bailar mi negra”. No. Eran sobre declaraciones sociales, así que no teníamos que ir detrás de los bailadores; no nos interesaba hacer música para el bailador. Marcábamos la diferencia. Todo el mundo se preocupa por el bailador, pero Rubén Blades buscaba un público que pensara un poco, con canciones como Buscando América o Los Desaparecidos.
Actuamos en Argentina, donde hacía casi 20 años que no había ningún grupo de salsa, después de la orquesta de Tito Rodríguez. Rubén volvía a abrir esas puertas que no parecían interesadas en la banalidad de la otra salsa.
MJ: ¿Y en tu opinión cuál fue la verdadera repercusión de Seis del Solar?
RI: Fue algo que llegó a todas partes, creo. Uno de los conciertos más importantes que hicimos fue en Santiago de Chile. Tocamos para la Amnistía Internacional, y había 80 mil personas en el público, en el Coliseo. Fue una experiencia increíble, pero también dio mucho miedo.
Cuando caminaba por los pasillos donde Pinochet solía torturar a la gente, podía oír gritos que salían de las paredes, como si todavía hubiera gente sufriendo. ¡Fue una locura! Más tarde, una persona se me acerca y me dice: “Hombre, ¿has oído los gritos ahí abajo?”. Le dije que no había dicho nada porque pensaba que me estaba volviendo loco. Pero de todos modos, recuerdo que fue una noche especial. La gente lloraba, y yo también lloré cuando veinte madres de “Los desaparecidos” llegaron con las fotos de su gente al escenario, y Rubén las sacó a bailar y a cantar. Esa fue quizá la única vez que recuerdo haber llorado mientras tocaba los timbales.
MJ: Me he enterado de que también tienes ganas de escribir letras sociales. Escribiste algunos raps, por ejemplo…
RI: ¿Quién te echó el chisme? (ríe) Pero sí, lo hice. Solía escribir canciones y me gustaba. Pero no soy escritor, aunque podría serlo eh. Fui yo quien escribió y cantó el rap Entrégate para el primer disco de latin jazz que hicimos con Seis del Solar, Decisión. Rubén Blades nos animó a hacer un disco instrumental, e hicimos dos. Nos dio el dinero para hacerlos, así que quedaron muy bien. De ahí salió la idea de Timbalaye.
MJ: ¿Crees que se apreció bien a Seis del Solar en el territorio del jazz latino?
RI: Hicimos una gira con Seis del Solar —el grupo instrumental— y me recuerdo tocando para 6.000 personas y sintiéndome jodidamente bien. Fue increíble que nos aplaudieran sólo a nosotros, los músicos, sin cantante en el escenario. Por fin nos aplaudían después de tantos años de ensayo. Por fin se nos reconocía.
Rubén Blades era muy justo porque siempre presentaba a sus músicos dos o tres veces por noche. Pero para muchos cantantes eras como un mueble detrás, y ni siquiera decían tu nombre. Entonces, cuando experimenté esa sensación con Seis del Solar fue cuando empecé a pensar que lo que quería hacer era un grupo de latin jazz.
MJ: ¿Cuál era la idea de “latin jazz” que tenías en ese momento?
RI: Como soy timbalero y no baterista, sabía que el latin jazz que quería hacer iba a ser de ritmos latinos organizados bajo la estructura del jazz y no al revés, como hacían muchos grupos en ese momento.
Tito Puente siempre me decía: “Hay una cosa que he aprendido al recorrer el mundo, y es que hay un montón de gente que tiene mucha curiosidad por nuestros instrumentos latinos y nuestros ritmos latinos. En todo el mundo les encantan nuestros ritmos latinos”. Así que sabía que tenía que hacer algo para transformar esos ritmos latinos en algo universal.
Pero, de nuevo, no quería tocar salsa instrumental. Quería que el grupo de jazz latino tuviera un verdadero formato de jazz. Mi idea era hacer algo como lo que hacían Mongo Santamaría y Willie Bobo con el grupo de Cal Tjader, utilizando timbales y congas, sin bongós. Pero quería tener arreglos de empuje, algo así como lo que hacía Irakere. Quería arreglos sofisticados con mucha carne para todos. Y quería que estuvieran en todas partes. No quería sólo muchas entradas con todo el mundo haciendo un solo.
MJ: Explícame mejor esa idea de “salsa instrumental”, que me parece muy confusa.
RI: La veo como salsa sin cantante, pero con poco o nada de jazz. Como que los que la hacen, pero no entienden de jazz ni siquiera saben por qué le llaman del modo en que le llaman, no saben ni de dónde viene lo que tocan.
MJ: Dime nombres.
RI: Mejor no.
MJ: ¿Y de dónde viene el nombre de tu banda?
RI: Me gustan mucho los discos de guaguancó. Recuerdo que un día estaba escuchando a Carlos Embale y tenía un tema llamado Timbalaye. Así que miré esa palabra y me dije “Ja, qué interesante, las seis primeras letras deletrean timbal, el instrumento que toco, y me gusta cómo suena con aye”. Así que decidí usarla para mi banda.
MJ: Pero… ¿sabías que ya existía un grupo con ese nombre? ¿Y qué me dices del significado de la palabra Timbalaye?
RI: (Risas) Sinceramente lo supe más tarde. Luego aprendí de algunos músicos del Grupo Folclórico Nacional de Cuba que Timbalaye significaba mundo de fiesta. Timba significaba fiesta y Aye significaba el mundo.
¿En yoruba?
No sé (ríe), pero suena bien, ¿no?
MJ: Suena bien. Y sería bueno averiguarlo. ¿Sabías con quién querías trabajar cuando formaste Timbalaye?
RI: No exactamente. Sólo sabía que quería trabajar con músicos creativos. Es curioso. Primero conseguí algunos arreglos, y esos arreglos no eran tan fáciles de tocar, así que sabía que tenía que conseguir algunos músicos muy capaces.
Así que a los primeros chicos que reuní, aquí en mi sótano, les dije algo así: “No tengo conciertos, y tengo muchos ensayos para tocar esta música. Primero vamos a ensayar durante al menos tres meses”. Algunos se entusiasmaron, pero tres de los chicos lo dejaron inmediatamente (risas).
Finalmente, conseguí grandes músicos para el primer grupo. Conseguí a Luisito Quintero, Rubén Rodríguez, Luis Perdomo, Bobby Franceschini. Y mantuve a estos hombres en la banda durante unos seis años. Grabé tres discos con los mismos.
MJ: Háblame del concepto musical de Timbalaye.
RI: Timbalaye siempre ha tenido un concepto, ese ha sido su centro. Sabía que no quería tocar sólo ritmos afrocubanos. Sabía que no quería limitarme a hacer lo que Barretto ya había hecho muy bien. Quería fusionar diferentes ritmos folclóricos con el jazz. Así que empecé experimentando con diferentes ritmos latinoamericanos. Hice la chacarera, de Argentina; he hecho folclore venezolano, he hecho bomba, plena, danzón. Ahora estoy haciendo un villarán, que es música folclórica de Puerto Rico.
Hay que conocer profundamente las estructuras musicales antes de atreverse a mezclarlas con el jazz. Pero creo que es más fácil para los latinos tocar jazz que para los músicos de jazz estadounidenses tocar música latina (risas).
MJ: ¿Por qué?
RI: Supongo que tiene que ver con el sentimiento. Hay algo en el hecho de ser caribeño que otras personas no pueden improvisar. Hay una conexión africana, una cierta cosa que tenemos que nos hace más fácil pensar en la música sobre los ritmos. A mucha gente que no es caribeña le cuesta mucho intentar tocar cosas que se construyen así, sobre el ritmo. La música caribeña siempre está en los ritmos altos, donde no esperas que esté, y a la gente que no tiene ese sentimiento africano le cuesta entenderlo porque no puede sentirlo.
MJ: Pero el jazz americano está estrictamente conectado con África…
RI: Oh, claro. Pero hay algo sobre el swing, sobre el sabor, ya sabes, ese sabor que viene en la sangre. No digo que los músicos de jazz no puedan tocar música latina; sólo digo que es más difícil para ellos lo nuestro que para nosotros lo suyo.
MJ: ¿No te parece que ese prejuicio podría ser contraproducente en el momento de interactuar y crear en conjunto con los jazzistas americanos?
RI: Mmm… No. Creo que no es prejuicio. Es verdad.
MJ: Es cierto que no estás solo en eso. Muchos piensan como tú… Pero sigamos, dime, ¿cuál es ese “Best Kept Secret” (secreto mejor guardado) en el que pensaste al nombrar tu sello disquero de esa manera?
RI: Durante mucho tiempo, sentí que Timbalaye estaba un poco adelantado a su tiempo, y mucha gente no entendía lo que intentábamos hacer. En 1998, 1999, había mucha gente que tocaba el mismo tipo de jazz latino que tocaban Santamaría y Barretto, simplemente imitándolos. Así que sentí que éramos un secreto guardado, y nadie quería darnos una oportunidad, ya sabes (risas).
Empecé mi sello porque estaba haciendo todo mi trabajo por mí mismo. Grababa, mezclaba, distribuía, era mi propio publicista… Me encargaba de las fotografías, del diseño, de absolutamente todo.
Creo que hice un buen trabajo con mis discos, con mis grupos, Son Café, Viejos de la Salsa y Timbalaye. A veces me sorprende no haber conseguido más trabajo en ese aspecto. Pero producir un disco es un coñazo, así que quizá estaba bien que nadie me pidiera ese trabajo (risas).
MJ: Supongo que esa sensación de no ser comprendido fue una de las razones por las que Timbalaye se separó…
RI: Estábamos tocando cosas muy progresivas. Después de ir a Cuba y Puerto Rico hicimos algunas giras europeas y luego las cosas fueron muy lentas, que todo lo que teníamos alrededor eran conciertos de 50 dólares. Además, yo estaba empezando a actuar con Blades de nuevo. Así que en lugar de mantener a esos grandes músicos que tenía, para tocar por 50 dólares cada dos meses, disolví la banda y dejé que mi gente hiciera lo que tenía que hacer.
MJ: Han pasado doce años desde entonces, ¿qué te motivó a reunir de nuevo a Timbalaye?
RI: Tenemos nuevos arreglos y composiciones de nuevos talentos. El percusionista Samuel Torres escribió una canción para nosotros. Además, tengo a Gonzalo Grau, Adán Pérez, Dennis Hernández, tocando en la banda. Estoy emocionado porque tengo un grupo de jóvenes músicos de Nueva York. De nuevo, siguiendo las enseñanzas de Barretto, doy a los jóvenes talentos la oportunidad de tocar con el grupo, y ellos me mantienen joven y me hacen seguir adelante. Ahora comprendo que Barretto hacía esto porque también le manteníamos joven. Pero el caso es que mis nuevos músicos son tan jóvenes que nunca han podido ver a Timbalaye en directo. Es decir, el Timbalaye original. De todos modos, creo que este disco nos va a ayudar, así que la gente va a sentir curiosidad por nuestros otros discos.
MJ: Me encantó ese tema que titulan Gotham Town.
RI: Gotham Town, por ejemplo, fue compuesta por Samuel Torres. Escuché un tema suyo que me encantó, así que le pedí que compusiera algo parecido para Timbalaye. Siempre me ha encantado Gotham, la serie, así que quizá a él también le guste (risas). Witch Doctor, por ejemplo, es la única melodía que no fue escrita originalmente para Timbalaye. La compuso un tipo que murió muy joven y al que todos conocíamos. Era el dominicano Martín Arroyo. Fue el que inició Los Soneros del Barrio con Frankie Vásquez. Era el cerebro de ese grupo. Así que compuso Witch Doctor y me gustó mucho.
MJ: Vas a presentar el disco en Subrosa. ¿Te emociona esa idea de tener un lugar en la ciudad sólo para el jazz latino? (al menos eso es lo que dicen que intentan hacer).
RI: Sí, he estado allí. Pero vamos a ver cuánto tiempo dura… El jazz latino no es algo fácil de mantener en el mercado. Probablemente está destinado al fracaso.
(Subrosa cerró sus puertas en 2016).
MJ: No ves con optimismo el escenario del jazz latino…
RI: Es confuso, es difícil. Además, me resulta difícil juzgar a las nuevas bandas a partir de las grabaciones, ya que normalmente suenan diferentes en el escenario. Puedo decir que me gustan Miguel Zenón, Manuel Valera, David Sánchez, Samuel Torres… Hay jóvenes talentos por ahí. Pero el problema que tengo con muchos grupos es que cuando van al estudio de grabación intentan utilizar el mejor equipo, y utilizan los mejores músicos del planeta, pero luego, no tienen un sonido de grupo. ¿Entiendes lo que digo?
MJ: Entiendo. ¿Y qué me dices de las mujeres? ¿A quiénes convocas o escuchas?
RI: Pocas, la verdad.
Es difícil encontrar un grupo de trabajo, una unidad. Si no las conozco no las puedo llamar. Y te venía diciendo que es lo que sucede con los nuevos grupos. Que no suenan a equipo, no tienen una voz. Y eso es lo que trato de lograr con Timbalaye. Creo que una de las cosas más difíciles para un músico es crear un sonido, de modo que cuando la gente escuche tu música reconozca inmediatamente que eres tú. Eso es lo que todos los músicos queremos conseguir. Y creo que Timbalaye, lo creas o no, lo ha conseguido. Y es que, para Timbalaye, la banda que se ve en el escenario es la que ha grabado el disco.
Cuando se graba sólo con esos grandes músicos que son en su mayoría directores de banda, entonces, es casi imposible tener al grupo actuando.
MJ: Si, supongo que es más difícil para los músicos muy reconocidos mantener una banda unida, ensayar. Me alegró de que el año pasado varios de esos buenos músicos con los que has trabajado se reunieran en un concierto de recaudación de fondos para ti en el B. B King. Fueron más de 11 bandas, si mal no recuerdo. ¿Cómo te sentiste? ¿Y cómo va tu salud?
RI: Bueno, eso fue absolutamente fantástico. Ahora mismo estoy libre de cáncer. Me operaron de cáncer en noviembre de 2013 y las cosas van mejor. Todavía me estoy recuperando, pero ahora puedo trabajar. Estoy muy agradecido a toda la gente que salió a apoyarme esa noche, porque no podía trabajar y no podía tocar, así que no podía cuidar de mi familia. Estaba preocupado, y mis amigos organizaron esa recaudación de fondos para mí. Primero, tenía ocho bandas que querían actuar, y luego muchas más. Mucho amor, ya sabes, me sentí amado y bendecido.
MJ: Has dicho varias veces que tus amigos han jugado un papel importante en el desarrollo de tu carrera y de tu vida. Creo que eso es especial porque muchos músicos están más en el lado solitario que en el social…
RI: Sí, no soy precisamente ese tipo de músico solitario, gracias a Dios. Soy un tipo de persona familiar y tengo muchos buenos amigos. Salí de las drogas gracias a mis buenos amigos y llevo casi 30 años limpio.
MJ: ¿Y cómo diste ese paso?
RI: Mira, llega un momento en el que tienes que admitir que ya no consumes drogas socialmente. Entonces llegas a aceptar que hay una adicción, y tienes que decidir por ti mismo porque sólo hay unas pocas cosas que puedes hacer cuando eres adicto a las drogas: o te mueres, vas a la cárcel o matas a alguien. Una vez que tocas fondo o piensas en el suicidio, entonces tienes que tomar la decisión. En mi caso, tuve la suerte de tener amigos que se habían enfrentado a este problema, y me llevaron a algunas reuniones, por lo que pude identificarme con otros adictos. Y gracias a Dios no he vuelto a recaer desde enero de 1986.
MJ: ¿Solías drogarte antes de tocar?
RI: Nunca. Nunca pude estar drogado y tocar. Nunca me permití sentirme cómodo estando drogado y tocando. Nunca quise aprender a hacerlo. Me drogaba después de tocar, y sí, me sentía condenadamente bien (aahhhhh).
MJ: Ralph, ¿hay algún disco que haya trascendido con fuerza en ti y que quizás siga afectando la música que creas ahora?
RI: Si tengo que nombrar un disco que me hizo enamorarme de la música, y especialmente de la música cubana, tiene que ser Descargas en Miniatura, de Cachao. Ese disco fue el responsable de que me enamorara de la música afrocubana. Entonces, aquí hay un chico, de 15 años, que no es músico, que tiene la oportunidad de escuchar a un tipo llamado Cachao, y luego, 20 años después, ese mismo chico está filmando un video llamado Como su ritmo no hay dos, en Miami, con Gloria Stefan y Andy García y el mismísimo Cachao. Yo toqué los timbales en ese video. Todavía pienso en eso y no puedo creerlo. Sólo decir que mi vida no ha sido más que un montón de momentos de sueños hechos realidad.
Mira, acabé tocando para el 50 aniversario de Paquito de Rivera, en el Carnegie Hall. Yo tocaba con un cuarteto y ese cuarteto estaba formado por Cachao, Bebo Valdés, Cándido Camero y yo. Increíble, ¿verdad?
No me podía creer que estuviera allí, sabía que eso no se iba a repetir. Iba a ser casi imposible que volvieran a estar juntos. El tipo que debía estar allí y que encajaría perfectamente con esos tres gigantes era Tito Puente, pero no estaba. Y Orestes Vilató estaba ocupado en California. Así que pude tocar con esos tres maestros, y eso fue una verdadera bendición.
MJ: Has dicho que eres una persona familiar. ¿Qué te gusta hacer con tu familia?
RI: Verás, llevo 38 años casado con una mujer de Costa Rica. Tuve tres hijos, en realidad cuatro… pero en fin, tengo tres hijos con ella y gracias a Dios no es música (risas). Así que cuando vuelvo a casa de los conciertos lo único que oigo es algo como: oye no tenemos leche, necesitamos huevos, no te olvides de recoger la basura. Es muy relajante. En mi casa no se preocupan por lo que hago ahí fuera. Para ellos no soy el timbalero, soy el marido, el abuelo, así que con ellos me olvido de la música y la vida se vuelve más sencilla.
MJ: ¿La vida es más sencilla cuando no se piensa en la música? No para mí, eh.
RI: De alguna manera, sí (risas). Hacer música es agotador. Escucharla también.
MJ: ¿No sales a escuchar música en vivo?
RI: Te mentiría si dijera que salgo a ver muchas bandas. Sinceramente, apenas salgo, a no ser que esté tocando.
MJ: ¿Con qué frecuencia escuchas tu propia música en casa?
RI: Esto es lo que ocurre con mis propios discos: los escucho todos los días durante las dos o tres primeras semanas tras su publicación, pero luego los guardo y no los vuelvo a escuchar nunca. Cuando termino un disco ya lo estoy odiando (risas).
MJ: ¿Qué artistas escuchas últimamente?
RI: Escucho sobre todo jazz. Pero, sinceramente, la única oportunidad que tengo de escuchar jazz es mientras conduzco, en mi coche. Es la única oportunidad que tengo de estar solo, y sólo escucho la WBGO.
MJ: ¿No escuchas música con tu familia?
RI: ¡De ninguna manera! No escuchan la WBGO, eso les parece alienígena.
MJ: ¿Qué te gusta hacer entonces con tu familia?
RI: Oh, les encanta cuando cocino. Y a mí me encanta cocinar. Anoche hice una tarta de melocotón, y la noche anterior hice bacalao a la vizcaína. Hoy haré una tarta de manzana. Diría que cocinar es lo que más me gusta además de tocar los timbales.
MJ: ¿Estás leyendo algún libro?
RI: ¿Leyendo? ¡Qué va! Pero me encanta hacer crucigramas. Estoy obsesionado con ellos. A los 61 años hay que mantener la mente ocupada y trabajando, así que esas cosas estimulan mi cerebro.
MJ: ¿Han pasado ya esas tres gloriosas semanas para escuchar tu último disco de Timbalaye? ¿Ya odias el disco?
RI: (Risas) La verdad es este que no. No creo que lo odie.