Sembradores de estrellas
No sólo fue psicodelia. Una generación melódica también contribuyó al primer rock colombiano.
Las aventuras del rock hecho en Colombia empezaron a escribirse dos décadas después que esta música frenética y novedosa, en ese entonces, arribara al país y pusiera a las buenas costumbres patas arriba. En Surfin’ Chapinero, uno de esos primeros intentos de contar qué ocurrió en los alocados años 60 y 70, escrito por el periodista Eduardo Arias en colaboración con el músico Augusto Martelo, -publicado en la extinta revista bogotana Gaceta en 1992-, sobresalen nombres de bandas históricas e incuestionables que fueron determinantes para el auge de la música juvenil de aquellos años, emulando a sus referentes británicas y estadounidenses y emanando electricidad garagera.
Al tiempo que dicho artículo seminal -incluyendo su apéndice discográfico enumerado por el editor Mario Jursich con la colaboración de Arias y del periodista recientemente fallecido Gustavo Arenas, conocido por todos como Doctor Rock-, enfatiza en las bandas de rock, se olvida de otras vertientes sonoras de una música diversa desde sus orígenes, esenciales para completar la fotografía de las primeras décadas del rock colombiano; menciona a cantantes solistas pero no el entusiasmo innovador del pop y el fragor del influjo africano en el Caribe.
Desde entonces la historia del rock colombiano se escribe fragmentada. Los pocos volúmenes dedicados a la materia han omitido inconscientemente, o no, la otra parte de esa historia, absolutamente rica en el campo discográfico y deliciosamente pródiga en la esfera creativa. Hay referencias puntuales, por supuesto. Jacobo Celnik en su libro La Causa Nacional cita la llamada “fuerza del solista o el dúo en función de su impacto radial y televisivo”.
Pero la omisión general quizás se deba a que, a finales de los años 60, las bandas eléctricas izaron la bandera de la independencia a costa de espacios en los medios de comunicación -y eso, tal vez, resulte más llamativo y “rockero” a la hora del relato- mientras que otros artistas juveniles se quedaban con toda la atención.
La paradoja radica en que las bandas de respaldo de las cantantes y los baladistas eran las mismas que, en ese periodo, decidieron ir por libres. El encuentro de ambas esferas produjo canciones fabulosas que navegan las aguas sonoras del pop sicodélico, el pop barroco y el sunshine pop gracias a la presencia de teclados como el Farfisa, arreglos pomposos de cuerdas y vientos, sofisticación eléctrica y letras cargadas de buenas vibraciones, aires bucólicos, dulces y optimistas, y el indudable influjo del pop creado en Europa Occidental como la chanson francesa, la balada italiana y la canción melódica española.
Aunque esta suerte de historia oficial, centrada en la obra de bandas como Los Speakers, Los Flippers, Los Ampex, Los Yetis, The Young Beats, Time Machine, Siglo Cero, Terrón de Sueños, Columna de Fuego y Malanga, entre otras, le ha restado importancia a dúos, grupos y artistas solistas que emprendieron el camino del pop, el soul, el funk y el folk -y que fueron despreciados por el público rockero duro de la época, pese a que eran amigos de sus músicos queridos-.
Lo cierto es que todos compartían estudios de grabación y sellos discográficos mediáticos como CBS, Orbe, Discos 15, Daro, Sonolux y, principalmente, Zeida y Famoso, de Codiscos. Se trataba, digamos, de una gran familia que hacía música para gente joven; tan grande era que allí también encontró su lugar la canción de protesta en la voz y la guitarra de juglares que testimoniaron la cruda realidad nacional sin objeción alguna por parte de los agentes de A&R de las casas discográficas en cuestión.
Para ilustrar ese sonido iridiscente que acompañó a la juventud de Occidente en el tránsito de los años 60 a los 70 y que tan buena cosecha dio en Colombia, aunque para muchos se tratara de algo más que muzak, esta selección musical que traemos en este podcast reúne a grandes baladistas como Óscar Golden y Harold; a la llamada “generación del Club del Clan” como Vicky, Claudia de Colombia o Billy Pontoni; a artistas de lo que hoy se llama, con nostalgia “los maravillosos años 60” como Ana y Jaime, Christopher, Luis Gabriel, Eliana y Lukas; a nombres indiscutibles como Norman y Darío, provenientes de Los Yetis; Humberto Monroy y Miguel Muñoz de la banda Génesis, Cuarta Generación, Ángela y Consuelo, Jimmy Salcedo y su Onda Tres, y sus protegidas –recientemente redescubiertas por el sello Vampisoul- Elia y Elizabeth.
Otros con menos fortuna en la memoria colectiva pero que, en su momento, alcanzaron sus sueños de ser estrellas del pop como María Antonia, Día y Noche, Los Teipus y María Elvira, también están acá. Por supuesto, es una muestra. Hay más aún por reivindicarse, quizás porque orbitaron en otros ámbitos como Juan Nicolás Estela, o porque hicieron la mitad de su carrera fue de Colombia como Clemencia Torres. En todo caso, una cosecha que dejó una estela de música preciosa opacada por la estridencia de la rebeldía masculina y que se resiste al ostracismo de los que no quieren ver más allá de lo que se ha dado por sentado. ¿Alguien recuerda la sonrisa?
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2 comentarios
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Me sorprende la ausencia de Emilse a quien siendo baladista siempre se le reconoció su esencia rockera. Su gran éxito fue “Piel sobre piel”.
Incluso Angelita, una británica que había sido compañera sentimental de Gonzalo Arango, podría aparecer en esa lista con una versión en español de una canción de Carole King “Will love me tomorrow”