Arsenio Rodríguez y la Tascam 388
Grabaciones analógicas, locales de madera, contrabajos y ecos de Arsenio. Una visión sobre el nuevo mundo del son urbano.
Se hacen llamar Los Hacheros, es un quinteto del sur de Manhattan, y su álbum Pilón fue uno de los mejores trabajos de salsa en 2012 bajo el sello Chulo Records del productor y músico Jacob Plasse. Su sabrosura (magia, si se quiere llamar así) proviene de una rica revisión de clásicos del son, el bolero, la guajira, el guaguancó y el cha cha chá; o sea, raíces caribeñas que para esta generación de músicos que a duras penas llega a los treinta, suenan ancestrales. Se ha colado por allí una timba, pero es que el tiempo y la ciudad de Nueva York han acabado mezclando muchas cosas, como lo hizo la poderosa salsa de los 70.
La estrella del grupo es Héctor Papote Jiménez, brillante sonero, con ese timbre agudo y roto que se conoce como callejero. Su última gran grabación había sido Hot Bread de Gilberto Pulpo Colón, aunque Papote ha deambulado por diversos proyectos a cual más llamativo: Our Latin Thing The Band, Lower East Salsa o Descarga NY-BCN de La Sucursal. En Los Hacheros lo acompañan Plasse con el tres, William Ash en el bajo, Itai Kriss en la flauta y percusión; y Eddie Venegas en el trombón y violín.
Pero si sólo fuese esto lo llamativo, aquí acabaría la reseña y adiós muy buenas en un disco que tiene evidentes defectos de presentación (créditos escondidos y sólo una dirección de email). Sin embargo, Pilón es el típico álbum que representa una cada vez más insistente revisión de las grabaciones analógicas. Su émulo en 2012, aunque este si con una presentación y empaque soberbios, fue Ondatrópica, de Quantic y Mario Galeano, grabado a la vieja usanza en los Estudios Fuentes por Mario Rincón.
Las grabaciones analógicas en la era digital no son, por supuesto, patrimonio de la música latina. Cada disco nuevo de Sharon Jones & The Dap–Kings nos hace evocar el sonido soul de la Motown, de Stax o de Goldwax con su tratamiento de sonido. Gabriel Roth, cofundador del sello de Brooklyn Daptone Records junto a Neal Sugarman, ha trasladado al siglo XXI el manejo de sonido de los estudios Muscle Shoals en Alabama a finales de los 60. Su secreto son las cintas Ampex de ocho tracks, tal y como estaba de moda en aquel entonces. De esta forma, las canciones obtienen un tratamiento analógico, mucho más cálido que el digital, un color que se evidencia especialmente en el sonido del bajo.
La salsa de los 70, por obvias razones, se hizo en cinta con diferentes grados de evolución debido a las actualizaciones de los estudios habituales como Good Vibration (con Jon Fausty), Bell Sound y Broadway Recording (con Irv Greenbaum), Incredible Sound (con Frank Dahm), y Regent Sound (con Vince Garrett). Los Good Vibration Sound Studios, por cierto, estaban ubicados en el piso 25 del 1440 de la avenida Broadway, entre 40 y 41 y cuando fueron adquiridos por Jerry Masucci cambiaron su nombre a La Tierra Sound. Eran incómodos, feos y apestaban a humo, pero Fausty y Greenbaum sacaron de allí las grandes joyas de la música latina de todos los tiempos, joyas que ya en el siglo XXI serían remasterizadas por encargo de Giora Briel de Emusica.
Las casas discográficas latinas más populares de Nueva York, Tico y Alegre, grabaron casi siempre en cintas de ocho tracks durante los años 60 y comienzos de los 70. Sólo algunos discos en particular como Con Todos los Hierros (Rafael Cortijo & Ismael Rivera) recurrieron a máquinas de 12 tracks porque en los Bell Sound experimentaban con estas ya que permitían juegos con las voces agudas y los falsetes. Fue hasta finales de 1973, cuando Fania Records ya era la reina del mercado, que las grabaciones de salsa se hicieron en cintas de 16 tracks. El debut lo hizo la orquesta de Larry Harlow en los todavía llamados Good Vibrations con Fausty al mando. Y es que, aunque la empresa Ampex ya fabricaba cintas de 16 tracks desde 1967, no eran muy comunes y resultaban caras. Masucci lo pagó y Harlow y Fausty, verdaderos fans de la tecnología, quedaron felices.
Las cintas de 16 tracks, conocidas como MM-1000, eran más anchas, pero más flexibles y seguras. Queda como curiosidad que el éxito de Ampex fue también su perdición, porque apareció la competencia y entre esa competencia, Sony. En 1983 Ampex se tuvo retirar del mercado de las cintas de audio. Para entonces, de todas formas, la grabación de orquestas latinas se había “popularizado” gracias a una máquina accequible a todos los públicos, la Tascam.
División de la fábrica japonesa de equipos y cintas TEAC, la Tascam permitió desde 1971 crear estudios portátiles. Se hicieron muchos modelos para posibilitar sus múltiples ubicaciones físicas, desde las más sencillas para grabar con cintas de ocho tracks hasta las más complejas como la que posibilitó en 1979 crear el Portaestudio, una cajita con control de canales para cintas de cassette. Gracias a esta nació un concepto que Rubén Blades suele sacar de vez en cuando a colación: la grabación de garaje (Cantares del Subdesarrollo).
Pues bien, uno de los modelos más complejos de la Tascam, el 388, es el que ha utilizado Jacob Plasse para grabar Pilón de Los Hacheros. Según cuenta él mismo, su intención era evitar la frialdad digital, pero también la intermediación de un computador y de los mismos auriculares. Quería seguir los rastros de los antropólogos de la música del Caribe que hicieron esas maravillosas compilaciones como Sounds of Our Times de Moses Asch para Folkways Records en los 40. Quería arriesgarse como lo hizo William Savory con los conciertos de Benny Goodman en el Carnegie Hall en los años 30.
Pero Asch y Savory contaron en su momento con un elemento fundamental para que esto salga bien, algo que Quantic y Galeano han elogiado hasta el cansancio como el gran secreto de Ondatrópica: el espacio. Sin un espacio adecuado no hay esa sensación de suelo retumbando, de eco amortiguado, ese sabor a madera o a barrica como dirían los enólogos. Un local en Chinatown fue el espacio de Plasse, tan beneficioso para estos efectos sonoros como lo fueron los estudios Egrem para el inolvidable Cachaíto de Orlando Cachaíto López, grabado en 2001 por Jerry Boys para World Circuit.
Es un sonido áspero y soulful que, y aquí viene lo mejor de todo esto, hace parte de una camada de experimentaciones sonoras con suficiente fecundidad como para hablar de un estilo. Es el nuevo-son, donde en esos espacios y con esas grabaciones, compiten por una posición de privilegio las cuerdas y la percusión. Es el son que alguna vez intentó darle continuidad el grupo Saoco y también el Grupo Folklórico y Experimental Nuevayorquino, pero cuyas propuestas no vivieron muchos años porque los 70 y 80 eran décadas donde imperaban otros conceptos.
Fue hasta relativamente poco que el pianista de Saoco, Ray Santiago, mostró las bondades de ese viejo son urbano con este sonido acústico tipo unplugged. Uno de sus mejores trabajos fue Afro Cuba a La New York City, donde brilló el cantante Julián Llanos. Y Llanos grabaría luego piezas aún más perfeccionadas de este estilo junto a la pianista y pedagoga Nicki Denner.
Y ahí no para la cosa. Está también Roberto Juan Rodríguez, en cuya música no sólo hay son y jazz sino toques klezmer provenientes de la tradición judía. Está Picoso, llamado en realidad Eli Rosenblatt y que trabaja en Seattle sumando swing a lo klezmer y afro. Pero antes que ellos, en California habían brillado el grupo Cuba LA del flautista Danilo Lozano, que contó en su momento con el apoyo del sello Narada, y el Conjunto Céspedes con un sonido continuado por la cantante Boby Céspedes. Y a todos ellos hay que agregar a Marc Ribot, sobre todo con sus inigualables versiones de Arsenio Rodríguez para Los Cubanos Postizos.
Precisamente es Arsenio el santo de toda esta devoción por el son urbano. El puso una semilla que sólo el paso del tiempo ha permitido valorar en su justa dimensión. En cuanto al sonido es, menos mal, una búsqueda cada vez más frecuente en torno a los espacios y las posibilidades de lo analógico. Y en este sentido si que hay más interés por parte de las nuevas generaciones latinas que europeas. En España y buena parte de Europa les aterra la grabación analógica por los precios que se manejan y por ello tienden a desestimarla. Pero está ahí, viva y siempre presente con sabor.
José Arteaga.