Mon Laferte y el orgullo del ‘canto cebolla’
En su nuevo disco 'Norma', la cantautora abraza el subgénero de la canción romántica que llora (y hace llorar) el desamor.
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Hay una palabra que la cantante Mon Laferte se cuidó por muchos años de no usar en referencia a su estilo. Es un término que al menos en Chile, donde ella nació en 1983, se emplea hace décadas con desprecio para calificar al canto melodramático y de anclaje en el gusto de la clase obrera.
Pero muchas cosas cambian velozmente en la vida y las convicciones de la cada vez más exitosa Mon Laferte, y ya parecía hora de sacarse de encima también ese recelo: “Mi música es cebolla y ahora lo grito al mundo“, ha sido el título de la entrevista con un periódico de su país en el que presentó su nuevo disco, Norma. Por si quedaran dudas, ahí está la carátula de ese álbum en circulación desde el 9 de noviembre: un retrato suyo de pelo suelto y blusa abierta, rostro acongojado… cuchillo y cebolla en mano.
“Si te acercas te haré llorar“, parece decir sin decirlo una de las cantautoras con más atención hoy en Latinoamérica. Varias de las 10 nuevas canciones del álbum llevan por título invitaciones de sugerencias igualmente dramáticas: “Cumbia para olvidar”, “Por qué me fui a enamorar de ti” y “Funeral”, por ejemplo.
Del desprecio a la reivindicación
Desde sus inicios en la música, cuando como adolescente cantaba en encuentros informales en Viña del Mar y Valparaíso, junto a la costa del Pacífico en la cual nació y se crió, Mon Laferte abrazó el repertorio romántico más doliente, ese que solidariza con quienes lloran amores que han salido mal. Continuó con esta “canción cebolla” cuando pasó a la televisión, hacia inicios de los 2000, y se convirtió en figura popular en casi todo Chile. Y no lo abandonó luego al comenzar a componer y hacerse cargo de su propio repertorio autoral, ya radicada en México.
Su primera canción de alcance continental, “Tu falta de querer” (del disco Mon Laferte vol. 1, 2015), había nacido para superar la infidelidad y abandono de un antiguo novio. No es un tema romántico, ni siquiera califica de nostálgico. Es un grito de reproche y desencanto, levantado sin pudores y en carne viva: “¡¿Cómo fue que me dejaste de amar?!”, increpa ahí la cantante, educada en la doble afición por el bolero y el rock.
Las canciones sentimentales y dolientes que la cantautora chilena proyecta desde entonces por Hispanoamérica no temen asumirse en su potencial lacrimógeno e incluso cursi, y, en sus palabras, “me llena de orgullo mostrarme de un modo por el que por mucho tiempo me hicieron sentir mal. Y, sí: soy cebolla, pero voy a Lollapalooza, a Austin City Limits y al Grammy“, como dijo en El Mercurio.
Es una venganza de lágrimas y sin contemplaciones.
La canción cebolla ahora está de moda
No es posible determinar quién aplicó por primera vez el calificativo de “canción cebolla” a la vertiente más triste de la música romántica en Chile, pero circula informalmente desde los años cincuenta, aplicado a un tipo de poesía y de interpretación cargado por la exposición sentimental y la mala fortuna. Es un concepto emparentado con otros calificativos sudamericanos para más o menos lo mismo: de la balada “cortavenas”, el bolero “rockolero” o el canto sencilla y derechamente “llorón” se habla en Perú, Colombia, Ecuador y México para referirse a ese tipo de canción de desengaño amoroso que llega al drama y la destemplanza, e incluso más allá.
En Chile, la canción cebolla está plagada de ejemplos de relatos de asesinato, cárcel y el más brutal abandono familiar, contextualizados todos ellos en una vida de pobreza a la que se le canta sin vergüenza. Figuras como Ramón Aguilera (“Que me quemen tus ojos”), Jorge Farías (“La joya del Pacífico”) y Lorenzo Valderrama (“El rosario de mi madre”) forjaron su fama en auditorios de radio y escenarios de bares de puerto.
Otros, como Rosamel Araya, conquistaron Buenos Aires con un repertorio igualmente descarnado. El peruano Lucho Barrios (1935-2010) estampó su sonrisa doliente en una travesía de éxito que llevó su voz vibrante de su natal Callao hasta Valparaíso, de puerto en puerto, y de bar en bar. En noviembre de 1988 instaló su canto rabiosamente popular en el Teatro Olympia de París.
Pero la canción cebolla es también un sonido: usualmente el de trío de guitarras (o de guitarras más requinto, como hace más de seis décadas enseñaron Los Panchos), percusión suave y cadencia aprendida ya sea de Cuba, por el bolero, o de Perú, con la preciosa tradición del vals criollo. Ese sonido es hoy recuperado y defendido por muchos jóvenes músicos chilenos, como lo han mostrado Rulo en Vendaval (2017),el proyecto Roja y Negro comandado por Ana Tijoux, el cuarteto Los Celestinos en Se sufre pero se aprende (2016) y el dúo Los Vásquez en sus varios hits radiales, calificados por ellos como “pop cebolla”.
El grupo Macha y el Bloque Depresivo, a cargo del cantante de la banda Chico Trujillo, integra en su primer disco canciones grabadas hace al menos cuatro décadas por Los Ángeles Negros, Lucha Reyes, Jorge Farías y José José. Sus conciertos en vivo tienen en Chile una convocatoria masiva y de coreo asegurado, incluso entre veinteañeros. El logo del conjunto es una hoja de afeitar, y su nombre no tiene otra interpretación que la que lleva a la tragedia: la música sobre amores rotos instala una idea de fatalidad. Pero al menos lloremos juntos, parece invitar.
'Norma' es homenaje y afirmación de una identidad
En esa secuencia, con raíces ya muy extendidas en la cultura popular sudamericana, el nuevo disco de Mon Laferte se instala como un homenaje y también la afirmación de una identidad. Con orgullo de clase, la cantautora asume sus referentes y también una sensibilidad que excede las pautas convencionales. “Escribo de lo que me pasa, y también exagero“, admite la chilena. Pasión, dolor, anhelo y entrega musicalizados desde el testimonio hacia alturas teatrales, admite ella.
Norma fue grabado en Los Ángeles, California, con Omar Rodríguez-López como productor, y contiene un dúo entre Mon Laferte y el mexicano El David Aguilar (“Si alguna vez”). Confirma así a la chilena como un nombre de alcance continental, luego de duetos suyos previos con voces tan conocidas como Juanes (“Amárrame”), Jorge Drexler (“Asilo”), Bunbury (“Mi buen amor”) y Manuel García (“Cielito de abril”). Además, es nada menos que el actor Diego Luna el protagonista en el video para el primer single del nuevo disco, “El beso”.
Es un alto vuelo promocional pero anclado a sentimientos reconocibles por casi cualquier auditor: “Si hay algo que tenemos todos los seres humanos es el deseo de sentirnos amados, queridos. Es a eso a lo que yo le escribo“, dice Mon Laferte.
Pero la canción cebolla es también un sonido: usualmente el de trío de guitarras (o de guitarras más requinto, como hace más de seis décadas enseñaron Los Panchos), percusión suave y cadencia aprendida ya sea de Cuba, por el bolero, o de Perú, con la preciosa tradición del vals criollo.
Ese sonido es hoy recuperado y defendido por muchos jóvenes músicos chilenos, como lo han mostrado Rulo, el proyecto Roja y Negro comandado por Ana Tijoux, el cuarteto Los Celestinos y el dúo Los Vásquez en sus varios hits radiales (calificados por ellos como "pop cebolla"). El grupo Macha y el Bloque Depresivo, a cargo del cantante de la banda Chico Trujillo, integra en su primer disco canciones grabadas hace al menos cuatro décadas por Los Ángeles Negros, Lucha Reyes, Jorge Farías y José José.
En esa secuencia, con raíces ya muy extendidas en la cultura popular sudamericana, Norma, el nuevo disco de Mon Laferte se instala como un homenaje y también la afirmación de una identidad. Con orgullo de clase, la cantautora asume sus referentes y también una sensibilidad que excede las pautas convencionales. "Escribo de lo que me pasa, y también exagero", admite la chilena.
Pasión, dolor, anhelo y entrega musicalizados desde el testimonio hacia alturas teatrales, admite ella.
(Foto destacada: Los Vásquez)