Julio Gutiérrez, el inolvidable genio del bolero y la descarga
En el centenario de su natalicio, recordamos el talento sin par del gran músico cubano Julio Gutiérrez.
Por allá por el año de 1940 llegó a la población oriental cubana de Manzanillo la popular orquesta Casino de la Playa, quizás la más conocida de las agrupaciones de la isla en aquel entonces. En el ambiente musical de Manzanillo se destacaba varios cantantes y percusionistas, pero llamaba la atención un joven pianista de 22 años que dirigía su propia orquesta desde los 14; un niño genio que llamó la atención de Miguelito Valdés, el influyente de la Casino.
Conocido por su desinteresado mecenazgo, Valdés se llevó al chico, Julio Gutiérrez, a La Habana y lo puso al cuidado del pianista de su orquesta, Anselmo Sacasas, al tiempo que le dio instrucciones para que tratara de ingresar al Conservatorio. Lo segundo lo hizo, pero con lo primero tuvo problemas. Valdés tuvo que viajar a Estados Unidos y el joven quedó desorientado en medio del ambiente nocturno habanero. Sólo cuando volvió su mecenas, se convirtió en suplente oficial de Sacasas y empezó a labrarse un nombre en la música.
Julio Gutiérrez, nacido en enero de 1918, fue mencionado por primera vez en los medios de comunicación de la isla cuando hizo parte de un gigantesco concierto de pianos organizado por Ernesto Lecuona. 36 jóvenes pianistas se reunieron en el Teatro Auditórium y recibieron el primer impulso oficial de sus carreras. Y Gutiérrez participó con dos composiciones suyas, un par de boleros soberbios que harían historia: “Llanto de luna” (“Sombra de pena, silencio de olvido que tiene mi hoy”) e “Inolvidable” (“En la vida hay amores que nunca pueden olvidarse, imborrables momentos que siempre guarda el corazón”).
De allí en adelante su carrera no se detendría. Tocó una temporada en Ciudad de México, realizó una gira por Sao Paulo, Montevideo y Buenos Aires, se estableció en la capital argentina por unos cuantos meses, y volvió a La Habana para cambiar su estilo y dedicarse al mambo jazz y al cha cha chá. Además de componer, se dedicó a los arreglos y a la producción, hasta enero de 1956, cuando le propuso al empresario Ramón Sabat que organizaran un conjunto de descargas para el sello Panart.
Las descargas o jam sessions con acento latino habían surgido en 1948, en Nueva York y se había consolidado en 1952 en La Habana con Bebo Valdés. Era un trabajo deslumbrante, donde primaba la improvisación y la creatividad. Gutiérrez convocó una buena parte de los mejores músicos de Cuba para grabar dos discos en septiembre de ese año. A su lado estuvieron Peruchín Justiz, Chombo Silva, El Negro Vivar, Francisco Fellove y José Antonio Méndez. Un elenco de lujo y una idea magnífica que sería continuada por Cachao, José Fajardo y Charlie Palmieri.
Mientras tanto, sus composiciones estaban en boca de varios cantantes de la época como René Cabel, Fernando Albuerne, Olga Rivero y el Cuarteto Faxas; aunque el trabajo más destacado lo hizo para las nuevas voces femeninas del bolero filin como Omara Portuondo y Elena Burke. Se concentró en ello junto a su amigo José Antonio Méndez, y quiso hacer más, pero la imposibilidad de hacer inversiones privadas en discográficas y estudios cuando surgió la revolución cubana, además del rechazo a su homosexualidad, lo ahuyentaron de la isla.
Julio Gutiérrez se fue a vivir a Ciudad de México y se puso a trabajar como realizador de shows musicales para teatro, una actividad que le reportaría dinero y contactos en San Juan y Nueva York. A mediados de los años sesenta su nombre volvió a colocarse en nombre de todos ante el nuevo éxito de “Inolvidable”, esta vez en versión de Tito Rodríguez, que la colocaría definitivamente en la historia del bolero antillano. Por eso retoma la creación y escribe nuevas páginas románticas: “Arriba”, “Pruebo”, “Luna sobre Borinquen”, “Se acabó” y “Trato”, entre otras.
La experiencia teatral lo llevó a realizar una de las obras conceptuales más llamativas de aquel tiempo: Julio Gutiérrez Play The Exciting Sound Of Havana B. C. (Before Communists), para el sello Sirena de Miami. La obra combina música instrumental y cantada con escenas callejeras de una Cuba idílica a la que él aspiraba a volver algún día.
Contratado para hacer jingles publicitarios para radio y televisión, se trasladó a Nueva York, pero no contento con ello, se puso a tocar el piano en las noches en el Victor’s Café, muy cercano de su apartamento y del Lincoln Center; pero sobre todo en la terraza de El Torero en la 162, en Washington Heights, al norte de Harlem. Allí solía tocar con un quinteto y promover voces jóvenes cubanas en Estados Unidos como La Lupe, La India de Oriente, Carlos Oliva o Willy Chirino; algunas de las cuales grabaron para su sello J&G.
El sello le permitió a Gutiérrez oficiar como productor, y fue contratado también para ello por diferentes discográficas. En 1968, por ejemplo, firmó un contrato con el sello Gema de los hermanos Álvarez Guedes, al comienzo para hacer instrumentales, luego para producir artistas como el conjunto Los Guajiros.
También organizó una agrupación de flautas y violines, la Charanga All Stars con Mauricio Smith y Carlos Franzetti, y sacó sendos discos de jazz latino con estándares y bandas sonoras, con formato de piano & ritmo. Al incansable Gutiérrez sólo lo pudo detener la muerte en diciembre de 1990.