No se puede creer en la caína (1)
Mafia, drogas, salsa y Nueva York. Esta es una aproximación a un tema que escuece y duele a todos los melómanos. Primera parte.
En 1981 el panorama de la droga en Estados Unidos era terrible. Había cocaína y crack para parar un tren en cualquier calle de las principales ciudades. Griselda Blanco, la famosa Viuda Negra, había convertido Miami Dade en un enorme charco de sangre por cuenta de sus guerras con la competencia, y Pablo Escobar comenzaba a escalar posiciones con una sólida red de distribuidores y sicarios. Philadelphia, New Jersey y Baltimore eran nuevos epicentros recaudadores y donde residían los nuevos capos alejados de todo mal.
En ese año un gramo de cocaína costaba 275 dólares en los clubes y discotecas de moda y 120 en cualquier calle de Nueva York. Los sitios para encontrarla pululaban, aunque lo más recursivo, sino se tenía miedo, era buscar un dealer en Queens, donde Chepe Santacruz, socio del aún incipiente Cartel de Cali, de los hermanos Rodríguez Orejuela, tenía montada su oficina y se ufanaba de ofrecer yeso de primera calidad. En realidad la calidad era del 47% de pureza, pero daba igual, Nueva York era un mercado abierto en las noches y el mundo del arte y la música se vio salpicado… como todos los mundos.
En una entrevista realizada en aquel tiempo Charlie Palmieri declaró que podía formar perfectamente una big band imaginaria con músicos salseros que habían sido víctimas de su adicción a las drogas. El gran Charlie, que fue profesor de piano en el Bronx y mecenas de artistas en el East Harlem, sufría al ver los efectos devastadores de la adicción entre sus colegas, y sobre todo al comprobar la indolencia generalizada de las autoridades metropolitanas con el tema.
No era un asunto nuevo. Durante años el jazz se vio golpeado por la heroína y la morfina, y el rock y el soul habían visto perder una buena cantidad de estrellas por culpa de la sobredosis de barbitúricos. La causa principal era, por supuesto, la eterna tentación de la noche. La carne es débil. Pero para efectos prácticos, dicha causa era la intensa actividad que tenía el tráfico de drogas en los locales nocturnos.
Durante la llamada Era del Swing dos renombradas salas de baile de Harlem estaban directamente vinculadas al crimen organizado: el Cotton Club y el Capitol Palace. El Cotton fue regentado desde 1922 por Owney Madden, un inglés que había ganado dinero como contrabandista de licor. Madden convirtió al Cotton en un sitio de blanqueo de dinero, pero no sólo para él, sino para sus socios de La Familia, Lucky Luciano y Frank Costello. Tras el acoso y derribo al sindicato del crimen por parte del fiscal Dewey, el Cotton Club de Harlem cerró en 1936 y pasó instalarse cerca de Broadway, pero ya en otras condiciones.
El Capitol Palace, por su parte, ya se había hecho famoso durante la ley seca gracias a un cóctel de ginebra y vino llamado Top and Bottom, y porque estaba situado en un sótano que atravesaba toda una calle, y se podía salir sin ser visto. El lugar ideal para las “movidas”. Después de abolida la ley, el Capitol adquirió fama porque en la planta superior se hacían apuestas de todo tipo. Allí floreció en todo su esplendor el negocio de la lotería de números, una de las mayores fuentes de ingresos del capo Dutch Schultz, El Holandés.
En el mundo latino, el primer club en caer en desgracia ante la ley fue La Conga, donde tocaba gente como Noro Morales o Machito, en la 51 con Broadway. La Conga tuvo que cambiar de nombre en 1946 y pasó a llamarse China Doll, donde la estrella musical fue José Curbelo, y la estrella de las coreografías fue Lee Mortimer. En 1951 fueron capturados tres dealers porque utilizaban el local para la venta de heroína, y algunas de las chicas del cuerpo de baile por ejercer la prostitución.
También tuvo problemas de prostitución y drogas el famosísimo Palladium. De hecho fue clausurado en 1944 y reabierto tres años después por Max Hyman antes de los históricos duelos musicales entre Tito Puente y Tito Rodríguez y convertirse en meca del mambo. El Palladium cerró sus puertas al público en mayo de 1966. Llevaba cinco años padeciendo la presión de las autoridades y de sus rivales de establecimientos nocturnos. En abril de 1961 hubo una redada policial en busca de narcóticos con 25 personas arrestadas y en septiembre de ese año le quitaron por segunda vez la licencia para vender licor por acusaciones de narcotráfico y prostitución.
La lista de locales neoyorquinos en problemas se extiende, como no, a los establecimientos de Morris Levy. Neoyorquino, del Bronx, con ascendencia en la comunidad judía y buena amistad con algunos de los peces gordos de la mafia judía del sur de Manhattan, Levy, aparte de comprar la casa Tico y crear un pulpo comercial denominado Roulette Records, fue el dueño de un local muy famoso, el Birdland.
Ubicado en Broadway con 52 fue inaugurado a finales de 1949, donde antes funcionaba un modesto club llamado Cliqué. Su nombre se debió a la admiración hacia Charlie Parker, alias Bird, quien tocó en la inauguración. El maestro de ceremonias fue Symphony Sid y el creador del espectáculo fue Monte Kay, y quien llevó a partir de ese momento la administración de un club que podía albergar hasta 400 personas fue el hermano de Morris, Irving Levy. El blanqueo de dinero fue una constante en el Birdland, pero su música llegó a ser tan excelsa, tan trascendente, tan vital, que el propio local acabaría cambiando de dueños, sobreviviendo a todos los protagonistas de su fundación y convirtiéndose en patrimonio de la ciudad.
Morris Levy terminaría con sus huesos en la cárcel, Charlie Parker, adicto a la heroína, moriría solo en una suite del hotel Stanhope en marzo de 1955, Symphony Sid se reciclaría como dj y MC de salsa tras una vida de conflictos. De Monty Kay no se volvió a saber nada, mientras que Irving Levy fue asesinado en enero de 1959 en el interior del establecimiento. Ese crimen destapó la relación de su hermano con Thomas Eboli, alias Tommy Ryan, caporegime de la organización del gran capo Vito Genovese, aunque se demostrara que el asesinato fue pasional y no fruto de estas relaciones.
Symphony Sid, hombre de voz gutural y excelente dicción se había hecho famoso en el mundo del jazz por promocionar bandas en épocas difíciles. En 1948 había conseguido con Kay y con Levy refundar el Royal Roost, que fue escenario de shows radiales, sala de conciertos y sello discográfico y donde tocaron Machito y sus Afrocubans. Todo le iba de maravilla por aquel entonces, hasta que sucedió un hecho que afectó su mundo. Resulta que Sid era un consumidor habitual de marihuana, la hierba que él llamaba te. Y tanto habló de te en su show radial, que lo investigaron, allanaron su casa y lo detuvieron. El juicio se realizó en enero de 1949, y aunque el caso fue declarado nulo, su reputación se vino a pique.
En aquel tiempo, que es la misma época en que mataron a Chano Pozo, la marihuana era junto al opio el foco principal de atención de las redadas policiales. Las leyes promulgadas hacían especial énfasis en estas dos, por encima de la morfina y la heroína. Las incautaciones de cocaína, en cambio, eran ínfimas y no se lo consideraba un gran problema. Pasarían casi 30 años hasta que se dio vuelta a esta mirada con la aparición de los carteles colombianos, y de los capos de Harlem (Frank Lucas) y Staten Island (Paul Castellano). Esas tres décadas marcaron el auge y el frenético consumo de coca.
En fin, que lo que sucedió en el Birdland y el Royal Roost también sucedió en el Copacabana, un fastuoso local que abrió sus puertas por primera vez con una decoración carioca el 10 de noviembre de 1940 bajo el nombre de Monte Proser’s Copacabana. Monte Proser, su creador, era en aquel tiempo uno de los reyes del negocio nocturno en Broadway, admirado y querido por todos, pero con un problema: su socio era Frank Costello, consiglieri de Lucky Luciano. Costello puso a un hombre de confianza suyo junto a Proser, y al cabo de un tiempo este no aguantó la presión y se fue, y el nombre del club quedó sólo en Copacabana.
El Copacabana, que estuvo cerrado durante buena parte de los años 70 por culpa de su pasado, acogió a las grandes estrellas de la salsa en 1981: Héctor Lavoe, Pete El Conde Rodríguez, Willie Colón, Eddie Palmieri, Ray Barretto o Willie Rosario, entre otros. Pero detrás de ellos surgió un público “non sancto” y llegaron los problemas, apareciendo los traficantes al servicio de Santacruz. Y por culpa de esos traficantes comenzó una represión policial que salpicó a toda la comunidad latina en los establecimientos nocturnos.
Para rematar la pésima fama que pasó a tener lo latino en el ambiente musical, y su música más representativa que era la salsa, el título de la carátula del disco de la Fania All Stars de 1981, Latin Connection, estaba escrito con un polvo blanco que simulaba cocaína. Lo censuraron, por supuesto, aunque no pasó a mayores pues su diseñador Ron Levine demostró que era pintura y no se trataba de ninguna alusión directa al consumo de droga.
En realidad Levine hizo aquella carátula como una especie de broma, y quizás no le importó mucho el efecto que tendría porque la coca, aunque prohibida, todavía mantenía una imagen de “pecado venial” en ciertos círculos. Pasarían dos años más antes de que el cine hiciera popular la figura demoníaca de Tony Montana en Scarface y se diera el descubrimiento mediático de un problema atroz que se evidenció con la muerte del basquetbolista Len Bias en 1986.
Lo que si estaba a la orden del día era la relación de muchas de las estrellas de la salsa con el consumo de estupefacientes.
José Arteaga.
En el próximo post, ídolos caídos en desgracia, centros de desintoxicación, algunas historias macabras y canciones que hablan de drogas.