Acción contra desesperanza, ese era el antídoto que recitaba Joan Baez cuando la canción protesta tenía millones de seguidores. Ella y Dylan. Dylan y ella. Por aquél entonces la protestas eran actuaciones que tenían otro sabor americano. Baez descubrió el increíble genio de Bob Dylan cuando era la reina del folk y se encaprichó de aquel extraño adolescente en uno de los cafés de Greenwich Village. Los dos vivieron juntos años de amor.

 

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En aquellos tiempos que parecen lejanos, Joan Baez en vivo llenaba estadios y todos los “hippies” tenían sus discos. Era la imagen anti-guerra, los días de las esperanzas que se quedaron en el viento, aquella protesta mezclada con la hermosa llama del amor.

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Ella era hermosa. Ahora sus actuaciones se llenan de cabezas repletas de cabellos grises y Baez sigue cantando la injusticia, el desafío y la responsabilidad de ser decente en un mundo empeñado en cambiar codicia por bondad y que ha llevado a Trump a la Casa Blanca.

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Ella fue probablemente una de las primeras, de las mejores. Y actuaba de pie en el escenario, sola con su guitarra. Muchos de los oyentes de Radio Gladys Palmera no habían nacido cuando dio su primer concierto allá en 1958 en el Club 47 de Cambridge; ni cuando tocó en el Festival de Newport en el 59 o en Woodstock en el 69; ni cuando estuvo en Hanoi en el 73 y sobrevivió a los bombarderos de la Operación Linebacker; ni quizá en el 89 cuando apoyó la Carta 77 y la revolución de terciopelo.

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Ahí sigue ella y sus discos, cada día más necesarios. La mujer de aquellas canciones que se cantaban unidos de la mano. La que cantó con Dylan, Joplin, Lennon, Joni Mitchel, Leonard Cohen, Mercedes Sosa y con casi todos los de aquella época del flower power y de las siguientes. Y sus 75 años no son nada, porque lo ha simbolizado todo.

Joan y Dylan

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Tenía melena, llevaba pantalones de campana, blusas de flores o jersey de cuello vuelto. Cantaba con maneras recatadas contundentemente “no nos pararán”. Pero nos pararon.

 

LONDON, UNITED KINGDOM - MARCH 16: Joan Baez performs on stage at the Royal Festival Hall on March 16, 2012 in London, United Kingdom. (Photo by Roberta Parkin/Redferns via Getty Images)

Baez sigue en lo mismo y ahora más que nunca. No tiene otro remedio, y se atreve a decir que hay que luchar contra el mal. Y suena todo muy antiguo. Porque las injusticias en nombre del orden no son sino más desorden.

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El mensaje es devastador. Es la Verdad. Y parece que se ha convertido en una pornografía lírica y mermada. Estamos en el siglo XXI, hablando de lo mismo: la deportación, el abuso sexual y de mentiras disfrazadas de justicia. Eso pasó hace décadas. Báez porque tiene esperanza siempre acaba cantando “Gracias a la Vida”.
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Cada concierto de Joan Baez es una nueva oportunidad, un mundo que comienza, un tiempo que se detiene; una conexión con otras ceremonias similares, repetidas muchas veces, donde se cambia de lugar o de época; donde hay un público que espera vínculos. Entonces se les llamaba poetas y revolucionarios.

Báez, la cuáquera irreductible defensora de los derechos civiles cuando canta Freight train, con su voz de siempre, aguda, llena de fuerza y de matices parece parar el tiempo, o que ella hubiera retenido lo esencial de aquellos años. Entonces las respuestas estaban en el aire, pero todavía no había ocurrido el vendaval que se las llevó. Las esperanzas, parecían no estar del todo perdidas.

 

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Hay algunas músicas que pretenden algo más que divertir o emocionar. Que intentan iluminar una forma de estar en el mundo, aunque parezca que ya no se crea en nada o quizá por eso: para que sea posible vivir con gozo sin creer rígidamente en nada. Porque siempre habrá que seguir defendiendo la libertad en cualquier lugar y eso siempre precisará de una música bella.

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Joan Baez es el sabor fuerte, el auténtico y genuino sabor americano de aquellos tiempos en los que se pretendía cambiar el mundo. No estos en el que se quiere pasar por encima del mundo. Hubo un tiempo en el que sí fuimos contemporáneos. Ahora nos creemos modernos.

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