Elvira Rios

 

Los Ovarios del Bolero

Larismo contra lirismo

El gran paso de las mujeres a lo largo de la historia fue salir de la intimidad de la alcoba para dejar oír su voz y actuar en el espacio exterior. Inspiradoras de sueños y fantasías masculinas en histórica sucesión, con su devoción, valentía, inteligencia, rechazo y entrega, con sus altitudes redondas, selenoides o limoneras, sobre largas piernas galesas o mulatas: allí está el templo carnal de las eternas adoraciones. Entre redondeces y larguezas, en el medio, escondido, camuflado por rosas, de la corteza a su médula, residen la vida y sus razones y también sus expresiones.

No sigámosle fastidiándoles con el cuento de que Pepe Sánchez inventó el bolero. El bolero es Lara (Agustín) como el Son es Piñeiro (Ignacio) y Eva la primera dama. Lo demás es trasnocho o deslumbramientos inútiles e infecundos.

A Lara debe Toña su alumbramiento artístico en aquella noche del año 32, cuando el negro Pedro, su hermano, los presentó. La veracruzana, sin brújula aparente era un remake de Ana María Fernández, la prima dona Larista de esos lejanos tiempos. Toña la imitaba en sus matices pero le ponía un ingrediente mas allá de su clave certera, perceptible, mas no visible, excepto por el músico poeta, quien la glorificara con la provisión de sus boleros magistrales.

El lirismo del Larismo no es tal si lo comparamos con las canciones de María Grever, pianista de celestiales vuelos y de despechos disimulados. Las letras y melodías de Doña Joaquina, que así se llamaba en realidad, calzaban en la poesía postmodernista de la Storni y de la Ibarbouru; además, por los prejuicios de la época la autora de “Júrame” no podía exponer al desprecio público a su ancestro y a su maestro de piano Claude Debussy. A la manera de madame de Stäel y George Sand, postergó su verdadero apellido (De la Portilla y Torres). El músico- poeta no tenía nada que esconder entre los brandis de sus brindis. Si la señora María necesitaba de tenores, tenorinos y sopranos para su recitativo amoroso, Lara intuyó una perspectiva mas terrenal y fisiológica. Metió su bolero en un 2×4 para gozarlo y sufrirlo, y allí estaba Toña La Negra para seguirlo. En el ring ovárico de la Grever hubo un pleito de santos; en el testicular de Lara un combate de demonios con Toña de ‘second’, un tobo para las lágrimas y una toalla para enjugarlas.

Años posteriores vieron a Eva Garza, una vida que no tuvo tiempo para envejecer pero sí para cantar-grabar “Frío en el alma” (Valladares) y “Sabor de engaño” (Mario Álvarez) ambos, éxitos intransferibles. Adelina García, también de México como Chelo Flóres y la bella Ana María González fueron eximias intérpretes de la obra de Gonzalo Curiel, el flaco de plata, no tan expresivo ni tan refulgente como el dorado Lara, pero mas equilibrado y profundo, mejor músico que Lara; por tanto sus boleros fueron mas orquestables, menos ovariscibles u ovariciables, pero mas bailables (se llora, y si se baila, mejor). Los boleros del autor de “Vereda Tropical” no tuvieron el sado maso de Lara. Curiel clavaba su daga temeroso, tembloroso, casi en defensa propia. Agustín se (o) lo clavaba y removía con saña, y para ello se valió de hermosas cómplices como Elvira Ríos, femme fatale que enlutaba al bolero, teatralizándolo en roncos monólogos, estigmatizándolo en las volutas de humo de su boquilla interminable. Tanto ella como la puertorriqueña Lucy Fábery hicieron del género algo solamente comprensible a través del sexo.

La ‘Toyita’ Gutiérrez (María Victoria) deslizaba sus boleros en una dulce, quejumbrosa y sugerente voz, mas allá de su erotizante estateopigia. Doña ‘Chelo’ (Consuelo Velásquez), rival de Toya en la disputa de un déspota (Mariano Rivera Conde) fue compositora candorosa de reclamos osculares directos. (“Bésame mucho”, dixit, “Franqueza” y “Será por eso”) sólo superada por María Grever.

María Luisa Landín, un alma habitada de boleros, fue la mas sinfonolera de todas, por encima de Carmen Delia Dipiní (allá) y Lila Morillo (acá). La Landín fue la que estrenó “Qué te pedí” de “su” Fernando Mulens (posterior éxito lupesco) y la que remarcó y descontinuó a la pobre Manolita Arreola en aquél “Amor perdido” que escribiera Pedro Flóres.

La Rebelión de las Musas

El fin de la Segunda Guerra Mundial coincidió en México con la presidencia de Manuel Ávila Camacho (1940-46) y en lugar de una comprensiva tolerancia posbélica se desató un verdadero terrorismo en contra de la “excitación” que promovían algunos boleros. “Palabras de mujer”, “Imposible”, “Pervertida” y “Dulce aventura” entre otros pasaron a cuchillo. Es que en el cine hasta Blanca Nieves fue condenada por convivir con 7 enanos. Compositores e intérpretes fueron condenados al ostracismo radial. Pero el destape vino, desbordado, arrollador de pasiones y legislaciones.

Cuba, que había creado una multiplicidad de géneros, en un acto de contrición maternal

Lo rescata y lo interna en las guarderías experimentales de Portillo de la Luz y José Antonio Méndez, y lo resurge vital instalado en las voces de Aída Diestro, Moraima Secada, Omara Portuondo, Marta Valdéz y Elena Burke, suprema sacerdotisa del filin.

La Lupe no fue un bártulo olvidado del sargento Batista en su veloz carrera, ni una bandera de la revolución naciente. La Lupe fue la anarquía semántica del aforismo: “Todo lo contrario”. No importaba el discurso de los boleros sino los recursos de su acto: cabriolas, arrebatos, todo al aire…

Toña La Negra fue Oración (Caribe). La ‘Yiyiyí’ fue Agresión (Caribe). Y es que La Lupe todo lo incendió: desde el bolero hasta su apartamento. Sobre las “Cenizas” estaba Toña…

Henrique Bolívar Navas

Lil Rodríguez

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