A estas alturas de la semana es una obviedad escribir sobre Prince si no fuera porque este blog es personal e intransferible y pertenece a Gladys Palmera, radio en la que todo es música.

Si ha existido alguien en el siglo que tenga la capacidad de crear verdadera música ese ha sido Prince. Ha muerto solo, como todos los que viven rodeados de éxito, en un triste ascensor de su lujosa mansión. Lo curioso, es que dicen que se lo ha llevado dos de las cosas que más admirables resultan para esa inmensa mayoría: religión y trabajo.

Era trabajador compulsivo y testigo de esas religiones que permiten que te mueras antes que recibir sangre. Prince, llamado Prince Rogers Nelson, padecía molestias en las caderas, que combatía con Percocet. Su ex percusionista Sheila E. dijo que sufría a consecuencia de sus saltos en el escenario, por las altas plataformas.

Prince registró la gran mayoría de su música en su estudio, tocando todos los instrumentos y cantando cada línea. Todo era él, y sobre el escenario su trabajo era como director de orquesta espontánea y totalmente precisa.

En los mayores éxitos, cantó con pasión e ironía sobre el sexo y la seducción. Sus ojos como de recién levantado de la cama, con profunda y maliciosa coquetería eran todo un símbolo sexual dedicado al romance y el placer, no el poder del machismo. Tenía sitio en sus canciones para los problemas sociales y profundizó en la mística y la ciencia ficción. Fue una dualidad completa: racial, sexual, musical, cultural que transcendió por encima de cualquier otro músico.

Entre sus excentricidades: su afición por el color púrpura, un ojo dibujado para “I”, su hipercontrol de su música en las redes y su exagerado y razonable control por su privacidad. La música de Prince tuvo una influencia inmediata y duradera. Su estilo instrumental, un estrépito de ideas: brillantes y caleidoscópicas.

Medía 1,5cm, había vendido más de 800 millones de discos, se retiraba, se cambiaba de nombre, no era blanco ni negro, ni homosexual ni heterosexual -en apariencia- porque sus preferencias por lo femenino estaban claras. Los días anteriores estuvo «154 horas despierto» antes de morir, pese a estar tomando analgésicos que producen somnolencia, según la última información facilitada por la policía.

El presidente Barack Obama, a muchos kilómetros, en Londres, escribió el viernes: “Prince era extraordinario, creativo, original y lleno de energía”.

Prince en su intimidad cultivaba el misterio, la exageración, la mística. Concedió pocas entrevistas, su vida estuvo rodeada por una espesa niebla. Su muerte, también.

Su carrera tuvo de todo. Explosiva combinación de genialidad, virtuoso en la ejecución de múltiples instrumentos, expresividad vocal, un gran performer y oído para la producción, acompañada por una visión clara de cómo llevar su carrera artística sin rendir cuentas ni pedirle permiso a nadie.

De Prince se dice que en su escueta anatomía cabían la guitarra de Hendrix, el soul de Marvin Gaye, el funk de James Brown y la exquisita sensibilidad de Miles Davis. Además también era una coctelera donde cabía el amor platónico y el sexo explícito, el aura religiosa y la arenga política. Hay que decirlo otra vez: murió Prince. Y ahora ya es inmortal.

Después de estar un tiempo en horas bajas, en los últimos tiempos dicen que se le veía con un vigor renovado y buenos discos. Su último show fue el viernes pasado, una fiesta de “pijamas” solo con un piano. Si Elvis era el sexo, Prince era una orientación sexual. La suya propia. Y se orientó a todos.

Todo ha sido éxito y excentricidad en la vida de Prince y lo remata todavía más, que en un artículo titulado El príncipe y las grandes corporaciones, el periódico de la Santa Sede, criticó que «muy raramente las canciones de Prince, fueran en los últimos años tan poco «transmitidas en la radio». Porque según el Vaticano, luchaba contra las grandes multinacionales.

Amén. Lo suyo es un largo adiós, como el gran título de la novela policíaca de Chandler.