La historia de Cat Power parece sacada de una de esas novelas sureñas con alcoholismo, adicción y abandono. También es un descubrimiento fortuito con un talento musical espeso y delicado acompañado de una belleza extraordinaria. Una vida compleja alojada en una mente compleja. Vagando entre inhóspitos pisos y el éxito.

Por suerte, mientras entra y sale de crisis de misticismos, y separaciones, compone canciones bellas y borda preciosas canciones ajenas. Más que versiones son abrazos, lo que hace con esas canciones.

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Gracias a sus nueve discos y sus intensos directos, Cat Power con sus brillantes temas supera sus crisis nerviosas, sus problemas con el alcohol, convirtiéndose en referente del género sadcore (música hermosa y oscura). Es tranquila a la vez que desmesurada, entrañable y pasional. Dilapida mucha de su genialidad pero el corazón salvaje de Atlanta ha sido y es una de las más admiradas de la música indie.

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También puede ser adscrita al folk alternativo, especialmente minimalista, porque explora muchos estilos en su larga carrera. Toca normalmente la guitarra y el piano, acompañada por un grupo tanto en el estudio como en concierto.

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Su obra más rutilante es según los expertos en “powerismo” The Greatest, en el que sacó su lado más formal y casi familiar pero ya advirtió de su lado más salvaje ““Puedo ducharme mil veces y nunca estar limpia”.

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La primera parte de su carrera fue casi sin querer, no le gustaba cantar pero tuvo de mentor a un Sonic Youth y su aparición fue un rayo que precede a la tormenta con granizo incluido. Perturbadora y gélida fue su aparición. “Soy la nieve, soy la nieve, soy la nieve”, cantaba en Great Expectations. “Vivo en el desierto y dejo que el viento me haga el amor”.

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De las más raras y neuróticas cantantes junto con Nico, tiene un miedo e inseguridad encima del escenario que llega a resultar una performance continua. Sus fans le perdonan porque sus silencios también son música. En los primeros años neoyorquinos, a veces se pasaba quince minutos tocando dos cuerdas y gritando “no”. Más tarde, se cuenta que salía del show a la calle para hablar con ardillas.

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Nadie era tan triste como ella. Con una voz flotante, un fantasma sensual, una chica romántica y perdida. Tristísima y lenta, letanías, guitarras del desierto, un paisaje de desolación. Y como todas las mejores chicas de la canción demasiado alcohol, problemas emocionales, internamientos por episodios psicóticos, timidez patológica, novios-desastre. Como si el talento y la sensibilidad tuvieran que pagaran la carísima cuota de la autodestrucción.

 

Se convirtió en un ídolo gay para las chicas porque su versión de Je t’aime, moi non plus que canta a dos voces con Karen Elson, es tremendamente caliente y lésbica.

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De cualquier manera, Chan Marshall (su nombre real) dura poco dentro de cualquier molde, Sus últimos discos ahora que está en la cuarentena son más alegres y confiados, la autoestima está en construcción y canta canciones de autorespeto en lugar de canciones de amor, porque este debe ser un aspecto ineludible del amor. Su propia lectura del feminismo consiste en resistir la soledad y ser libre.

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Parece que sus chapuzones en una piscina negra son parte del pasado, y que las cambió por el sol de South Beach. Ya no es la artista torturada a la que se calificara como un híbrido entre las almas de Patti Smith y Nina Simone. Sus promesas de sentar cabeza se resumen en una declaración de intenciones: seguir con vida y tener una cama cómoda”.

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