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Las vidas demasiado intensas generalmente tienen de acompañante la tragedia. Isadora Duncan fue una mujer que atrajo todas las miradas, todos los aplausos y todas las desgracias. Creía en que los hechos que escapan a nuestro control, y en el destino fatal que marca con sucesos terribles la vida de los protagonistas de las tragedias griegas.

En fin, que nació americana, pero siempre quiso ser griega.

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Hija de un moderno banquero, como los de hoy día – fue acusado de fraude bancario y encarcelado-, por lo que su madre tuvo que ganarse la vida dando clases de música y literatura. La señora, de ser profundamente católica, se convirtió en atea furibunda. La mala suerte siempre acaba por hacer ver la realidad.

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Isadora inventó el baile moderno, dicen que en la playa bailaba imitando las olas; su baile con los pies descalzos y natural llevó a que los críticos, considerasen un escándalo que bailara con vestidos vaporosos que dejaban los brazos y las piernas al descubierto con cada movimiento. Ante el rechazo, Duncan reunió dinero convenció a su familia para partir a Europa en 1899. En Londres y en París alcanzó la fama.

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Llegó a Alemania y fundó una escuela para niños con monederos escasos enseñándoles a danzar, porque entre otras cosas el baile hace olvidar el hambre. Vivían en el centro y recibían clases de todas las asignaturas que pudiera ofrecer un colegio. Las clases de baile las enseñaba su hermana. De esa escuela salió un selecto grupo que actuó con la artista entre 1905 y 1909 llamadas Las Isadorables, seis chicas que adoptaron el apellido Duncan.

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Tuvo dos hijos de soltera y los dos murieron en un accidente de coche camino de Versalles. Fue mujer de Gordon Craig, el escenógrafo, y del millonario Paris Singer, su último gran amor el poeta ruso Esenin bisexual convencido, se separó de ella por no soportar parecer “el acompañante”.

Esenin parece ser que le montaba unos números de celos que no se correspondían con su aptitud poética. Unos años después volvió a su país y se suicidó.

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Tuvo grandes amores con mujeres; entre otras con la gran actriz Eleonora Duse y con la inefable Mercedes Acosta, que también pasó por los dormitorios de Greta Garbo y Marlene Dietrich y no precisamente para arreglar la habitación.

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En fin que Isadora era genial bailando y moviéndose por la vida. Se arruinó y despreció la herencia de Esenin. Sus últimos años fueron bastante duros, recordando permanentemente a sus hijos y con una cuenta corriente muy escasa.

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Paseando por Niza en un magnífico descapotable -una belleza de su tiempo- marca Amílcar, encontró la muerte. El foulard largo se enredó en los radios de la rueda estrangulándola. Por ironías de la vida desde la muerte de sus hijos, jamás se montó en un coche cerrado.

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Su estilo de danza era radical, novedoso, fresco y, precisamente por su descarada naturalidad, se convirtió en uno de los iconos del siglo XX.

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Cuentan de ella una anécdota, en la que el escultor Rodin le dijo “si Vd. y yo tuviéramos hijos serían perfectos: heredarían la belleza suya y la cabeza mía”. Isadora respondió ¿y si fuera al revés?

 

 

 

 

 

 

 

 

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