Taylor Swift: una historia americana
"Siempre lo hago. Arruino mis relaciones con buenos tipos sólo para poder escribir canciones de ruptura y seguir mi carrera"
Taylor Swift afirma: “siempre lo hago. Arruino mis relaciones con buenos tipos sólo para poder escribir canciones de ruptura y seguir mi carrera“. En América las historias de vida oscilan entre la calle y la mansión. Taylor pertenece a esta última. La historia de Swift es un cuento de hadas que ella lleva con un look de supermodelo y dirigiendo sus redes sociales, que por cierto, son visitadas con 97 millones de seguidores.
Pero lejos de llorar por esos pequeños detalles lleva años siendo una de las cantantes que arrasan cantado sus abandonos. De hecho, es la primera en ventas superando a Adele. La niña rubia con labios de cuadro del renacimiento, se crió en lugares de postal americana. Su entorno era de lo más natural: una granja con aire purísimo, cabalgando en un poni y asistiendo a una escuela al aire libre. Así que su tendencia amorosa de ruptura y vuelta a empezar no tiene nada que ver con su desmedido gusto por la equitación y la vida sana.
Ella dice que sus padres eran granjeros, pero en realidad papa Swift era un tiburón de las finanzas que trabajaba en Merrill Lynch y su madre experta en marketing. Así que podéis deducir que su carrera ha tenido de todo menos esfuerzos cuesta arriba, en cuestión de finanzas y éxito.
Siempre supo que su mundo era el de la música country aunque en principio se interesó por el teatro musical. Antes de convertirse en la que conocemos pasó por esa etapa tan complicada de una ligera obesidad preadolescente. Los compañeros se burlaban de ella, con ella y sobre ella. Hoy se tragan muchos donuts para no deprimirse de no ser amigo suyo.
Su carrera musical comenzó en esa etapa: para aliviar las penas del colegio. Tenía doce años y practicaba hasta desgarrarse los dedos con los tres acordes que le había enseñado un reparador de computadoras. Estaba tan segura de su pasión que los padres contrataron un manager y así arrancaron sus viajes a Nashville, Tennessee, ciudad estratégica para desarrollarse. Mujeres del country fueron sus modelos.
Como último y definitivo empujón, la familia se trasladó a ese Estado, a una casa frente a un lago en Hendersonville. Todo amorosamente y sin presiones: “Nos mudamos porque nos gusta la zona, no te preocupes”, la tranquilizaba el padre, que al no prosperar el contrato con el gigante RCA, compró acciones de un sello independiente que con ella se especializó en un mercado muy interesante: country-pop para niños, adolescentes y enamorados del amor. Taylor es compositora de sus propias canciones y ha ganado premios también por ello. ¡Los ha ganado todos!
Su primer disco, Taylor Swift (2006), fue un éxito a la vez discreto el segundo, Fearless (2008), la consagró antes de los 20: fue el más vendido del género y la artista más joven en ganar un Grammy por el álbum del año. Taylor es como una supermodelo, de rulos dorados y look entre Heidi y Lana Del Rey– y tiene un cuerpo y cara que llena las portadas de Vogue y Vanity Fair.
Ella se permite las dudas, el volverse a enamorar, saber decir adiós, llorar un poco, arreglarse el rimmel y seguir adelante. Porque Taylor Swift sobre todo cree en las historias de amor, los príncipes encantadores y los finales felices. Es una elegante chica que además de ser imagen de Apple y compartir pasarela de moda en el MET aparece corriendo por el campo y dado besos en las praderas.
A raperos como Kanye West no deja de irritarles, así que irrumpió en el escenario en el que le daban un premio, le quitó el micrófono y dijo que el de Beyoncé –que competía en la terna– era mejor.
Hay dos Américas y hoy ha ganado el de Taylor, un cuento de hadas pero solos para los que tienen mansiones en el campo.