Rosita Fornés, la última vedette
En memoria de la gran diva latina Rosita Fornés, siempre en el corazón de Gladys Palmera.
Nunca fui bella. Jamás. Atractiva sí, tiposa, también, pero no bella. Bellas son las miles de cubanas que andan por ahí por esas calles…Tampoco me he detenido a pensar mucho en el asunto… creo que la belleza es relativa…
Hay que creerle. Cuando se mira atrás y se recorre su vida y su extensísima carrera, convendremos que con tanto hecho importante, tanto ser precursora en muchas cosas, tanta historia escrita con su nombre, tanto arte asimilado y mostrado con excelencia y pasión sin igual, tales pensamientos no pudieron ser, ni fueron para ella prioritarios. Su belleza física podría desmentirla, pero su arte todo, que es el recuento de su paso triunfal por el teatro, la ópera, la zarzuela, el cine, la radio, el cabaret, la televisión, la gestión empresarial, demuestra que la frivolidad no fue su elección, ni su característica. Por el contrario, apostó por trabajar en cada escenario, en cada medio, delante de cada micrófono con la minuciosidad de un orfebre, con verdadera pasión por la excelencia y, algo importante, por entregarse y servir a su público con proverbial y responsable devoción.
A Rosita Fornés suele vérsele más como la encarnación de ese glamour, que sintetiza la mejor tradición de Hollywood, con la sensualidad y gracia latina. Aunque ella no se lo creyera, su proverbial belleza y todo lo que hizo y logró sobre los escenarios y ante las cámaras y los micrófonos la han convertido en uno de los mitos más convincentes en Latinoamérica, ante el cual, pocos consiguen susurrar una opinión contraria. Pero Rosalía Lourdes Elisa Palet Bonavia, nacida en Nueva York el 11 de febrero de 1923, ha sido mucho más que todo eso, más que una voz virtuosa o una imagen perfecta: ella es un estilo, un modo de hacer, un comportamiento y una marca que corresponde a una época y que, todo parece indicar, tendrá con ella su fin.
Si todo esto resultara poco, habría que hablar de su aporte monumental y renovador al teatro musical latinoamericano, de su valía sobre las tablas, como actriz dramática -no siempre son justipreciados- y del modo en que transitó adaptándose a la evolución de la canción en el continente. Rosita Fornés es, con mucho, una artista completa, algunos dicen que la más entre las cubanas.
Tuvo claro muy temprano, siendo una niña, lo que quería ser. Hija de españoles radicados en Cuba, con diez años viaja a España con su familia, donde los cuplés y las coplas de moda seducen a la niña. Allí vive hasta que la guerra los hace regresar a la isla, en 1936. El transatlántico Manuel Arús sería donde primero cantaría ante un público, con trece años, entonando el tango Silencio en la noche (Carlos Gardel-Alfredo Lepera), acompañada al piano por otra pasajera. El camino siguiente, ya en Cuba, sería el mismo de muchas niñas y adolescentes como ella, que querían también ser artistas: era cosa de llegar al programa de participación La Corte Suprema del Arte… y ganar. Y Rosita lo logra con quince años de edad el 12 de septiembre de 1938, cuando canta la milonga La hija de Juan Simón.
Las puertas comienzan a abrirse para ella y ya nunca más se detendría: clases de música y canto, programas de radio y giras a provincias –siempre como aficionada–, hasta una anónima aparición en el coro de la zarzuela cubana Cecilia Valdés (Gonzalo Roig) y que marca el día en que, por primera vez, pisa un teatro. Poco después sería el cine, en 1939, cuando debuta en el filme Una aventura peligrosa, dirigida por Ramón Peón, donde canta una canción cubana: Intrusa (Ramiro Bonachea), hasta que, ya como artista profesional, canta de nuevo en el Teatro Nacional y, por primera vez, en un cabaret: el Sans Soucí, en La Habana.
El inicio de la década de los 40 del siglo XX marcará el inicio de Rosita Fornés en el canto lírico que extenderá sus actuaciones teatrales al ámbito de los programas radiales que difundían ese género. De la mano de Antonio Palacios primero, y Ernesto Lecuona después, su voz de soprano interpretaría diversos roles en las operetas y zarzuelas que se estrenaban en el Teatro Principal de la Comedia: El asombro de Damasco, Los gavilanes, La viejecita, El rey que rabió, Luisa Fernanda, La verbena de la paloma, La duquesa del Bal-Tabarin, Doña Francisquita, La princesa de las Czardas, Don Juan Tenorio, Cecilia Valdés y muchas otras de una lista interminable, que muy pocas cantantes de su época podrían asumir e igualar.
En los tiempos en que el teatro y el cine marcaban la vida musical de México, la Fornés, con veintidós años ya era mucho más que una joven promesa para los empresarios, que la llevan al país azteca hasta convertirla en la vedette que empezó a ser. Desarrolla sus dotes dramáticas e histriónicas que resultan su rasgo distintivo entre las vedettes: es virtuosa cantando, actuando, bailando. Durante los años 40 y 50 Rosita Fornés será figura prominente de los grandes teatros musicales, como Arbeu, Lírico, Follies y Tívoli, que inaugura en 1946 como figura principal de la revista Chofer al Tívoli. Polifacética, Rosita incursiona en el ámbito empresarial y lleva al éxito a la compañía de espectáculos Medel-Fornés, que crea junto a su entonces esposo, el actor cómico mexicano Manuel Medel, y que debe contratar a una segunda figura que alterna con ella: la soprano española Pepita Embill, quien sería la madre del tenor Plácido Domingo.
Su regreso a Cuba en 1952 tras una larga temporada en México, le permite ser una de las artistas y cantantes pioneras de la televisión cubana. El nuevo medio de comunicación y entretenimiento catapultaría a la Fornés a una popularidad que hasta hoy no ha decaído. No hay género que no aborde ante las cámaras: zarzuelas, operetas, comedias, dramas, programas musicales. Allí donde apareciera, aseguraba el éxito del programa. Fue tal su popularidad que, entre varios candidatos, en 1953 fue proclamada, junto a su esposo, el actor y cantante Armando Bianchi, Miss y Mister Televisión.
Rosita termina siendo un fenómeno mediático sin igual en la televisión en Cuba, que llega hasta hoy, un paradigma que muchas han tratado de imitar, sin conseguir su estatura artística. En los años 50 y 60 centra programas que con su presencia logran elevados ratings de teleaudiencia como Video-Revista La Corona, La canción cuenta su historia, Lunes de la Shell, Desfile de éxitos, Desfile de la alegría, Su noche favorita, De repente en TV, En órbita con la alegría y Cita con Rosita, y Mi esposo favorito, este último un remake criollo del muy exitoso I love Lucy de la televisión estadounidense, y que tiene en la versión de la Fornés un éxito extraordinario en las pantallas cubanas.
No se amilana para interpretar obras de gran calado dramático tanto en televisión, como en teatro, un aspecto que nutre de manera relevante su incomparable carrera artística, entre ellas El dulce pájaro de la juventud, Lucy Crown, La loba, Morena Clara, Delito en la isla de las cabras, El hombre de la piel de víbora, Los delfines, Filomena Marturano, Deseo bajo los olmos, El álbum, Mesas separadas.
Como empresaria continúa siendo no sólo una artista peculiar, sino también una triunfadora, cuando en los años 50 inaugura en La Habana su compañía de operetas que debuta en el habanero Teatro Martí con Pardon Madame y con Victoria y su húsar, bajo la dirección de los maestros Gonzalo Roig y Rodrigo Prats y un elenco con las mejores voces líricas del momento. Rosita con su compañía contribuye a reponer en la escena cubana muchos de los clásicos de la opereta y la zarzuela.
Los afamados cabarets cubanos Tropicana y Montmartre en sus años dorados tienen a Rosita Fornés brillando como estrella principal de fastuosos espectáculos, que mostraron su versatilidad en un escenario donde debe cantar, bailar y hasta actuar, consiguiendo probar su atracción también sobre un público esencialmente diferente.
Su paso por el cine mexicano marca su filmografía, que se inicia con El deseo (1945), y continúa con Se acabaron las mujeres (1946), La carne manda (1947), Cara sucia (1948), Mujeres de teatro (1951) y Del can can al mambo (1951), Piel canela (1953), Tin Tan en La Habana o El mariachi desconocido (1953), Hotel Tropical o Me gustan todas (1954) y No me olvides nunca (1956). Ya en una etapa de mayor madurez vital y artística, regresa al cine cubano, que había prescindido de ella por varias décadas. Su reaparición en el filme Se permuta (1985) valida el gran arraigo y ascendencia que aún retiene sobre el público cubano y marca su vuelta al cine cubano: le seguirían los títulos Plácido (1986), Papeles Secundarios (1989), Quiéreme y verás (1994), Las noches de Constantinopla(2001), Al atardecer (2001) y Mejilla con mejilla (2011).
Con una discreta discografía, los discos que graba marcan momentos diferentes de su carrera como cantante: su primer LP de 10” Una melodía para recordar (Panart) recoge temas icónicos y otros más nuevos, grabados anteriormente por Rosita Fornés respaldada por Julio Gutiérrez y su orquesta y el coro de Carlos Faxas. A finales de los 50 graba el LP Rosita Fornés y Armando Bianchi (Puchito) con la orquesta Riverside de Pedro Vila. Con el sello Areíto registra los LPs Nuestra primera vedette, Rosita Fornés, y Rosita Fornés, además de otros EPs y singles de 45 revoluciones por minuto.
La belleza de su rostro inspiró gran cantidad de los más bellos retratos salidos del lente de los famosos fotógrafos cubanos Armand, Narcy, Rucet, Korda, el mexicano Armando Herrera, y otros.
El paso del tiempo no pudo vencerla, ni a la señora Rosa Fornés, ni a la artista que la anima. Con un altísimo sentido del respeto y gratitud a su público, siempre estuvo dispuesta a dar lo mejor de sí. En abril de 2019 celebró en el Gran Teatro de la Habana sus ochenta años en el arte. Seis meses después, el notable cantante, pianista y compositor cubano Meme Solís cumplía seis décadas de vida artística e invitó de manera muy especial a su amiga incondicional y admirada, Rosita Fornés, al concierto de celebración en Miami el 19 de octubre de 2019. La multitud que abarrotó el Dade County Auditorium saludó de pie y con una prolongada ovación la entrada de Rosita Fornés al escenario. Sería esa su última actuación en público.
Colección Gladys Palmera da un beso de despedida a Rosita Fornés y festeja su vida y su obra, honrando su legado musical y artístico como una las más grandes divas latinas de la historia.