Lhasa de Sela o el estremecimiento
Para ella no hubo año nuevo. Es otra de mis mujeres de santoral.
Tenía 37 años y tres discos que fueron músicas que me han acompañado muchos años. Seguro que está cantando acompañada de Chavela, Vic Chessnut y otros, con los que compartió talento y emociones.
Su vida fue una ruta que terminó demasiado pronto. Hija de padre mexicano y madre americana creció en la carretera, viviendo a bordo de un autobús escolar, atravesando América del Norte y México. Educados en casa, aprendieron de los libros, de la música y de la actividad artística de sus padres. La infancia de Lhasa estaba llena de experiencias vividas, no narradas. Le enseñaron a seguir al corazón, a encontrar su propio camino, a ser original.
Sus tres álbumes, La Llorona (1997), The Living Road (2003) y Lhasa (2009), se llenaron de canciones alimentados por sueños de amores rotos y acontecimientos de la vida llenos de poesía y melancolía. Seis años entre cada uno de ellos, que merecían la espera.
En su música se basó tanto en la ranchera mexicana, como la chanson francesa y canción árabe, con toques gospel e incluso country, lo que era sorprendentemente original en todos los sentidos. Se la comparó con Edith Piaf y Tom Waits. Minoritaria al principio, su carrera se hizo en noches de bares oscuros, y se difundió en el boca a boca como besos que se iban pasando unos a otros.
Lhasa destila imágenes a menudo surrealistas y melodías inquietantes, como ritmos que evocan los viajes misteriosos. A menudo desconcertante, sus canciones expresan esos lugares donde la imaginación se encuentra con la realidad, lugares cercanos entre el miedo y la oscuridad. Son canciones de encantamiento.
La vida, dijo Lhasa, es “un camino de constante cambio y, al estar en ella, tú cambias también.” Comenzó con un grupo de seguidores en Canadá y Francia, recorrió el Reino Unido con una invitación del grupo pop Tindersticks para trabajar con ellos. Su fama creció y sus canciones aparecieron en la serie de televisión Los Soprano, en un documental de Madonna y en la película Cold Souls.
Su tercer y último disco, arreglado y producido por ella apresuradamente, con cinco músicos, grabando “como si fuera en directo” en lugar de cinta analógica digital, consiguió una calidez que estremece. En la canción Rising alude a “alguien que está en peligro, pero se advierte cierta serenidad con rabia”.
Fui capturada en una tormenta / Y arrastrada / Me volví, volví / Fui capturada en una tormenta / Eso es lo que me pasó / Por eso no llamé / Y no me viste durante un rato / Estaba sublevándome / Golpeando el suelo /y rompiendo y rompiendo.
En el catártico disco, expresó su rabia y su valentía. Porque Lhasa hablaba desde el lugar de la aventura del vivir, de los retos imposibles, del amor que todo lo desborda y del dolor de la pérdida. Vivió poco, pero lo suficiente para conocer lo importante y cantarlo.
Para ella no hubo año nuevo. Es otra de mis mujeres de santoral.